I. En el Antiguo Testamento
El AT informa de un modo coherente acerca del origen y la práctica de la circuncisión en Israel.
a. Origen y práctica
Se alega que Ex. 4.24 siguientes y Jos. 5.2 siguientes, juntamente con Gn. 17, ofrecen tres relatos distintos del origen del rito, pero, en realidad, Ex. 4.24 siguientes, difícilmente pueda explicarse a menos que fuera ya una práctica establecida la circuncisión de párvulos o niños, y Jos. 5.2 siguientes,s declara que los que salieron de Egipto fueron circuncidados. Gn. 17 es el único relato bíblico sobre el origen de la circuncisión israelita. Dicho rito fue integrado al sistema mosaico en conexión con la pascua (Ex. 12.44), y aparentemente continuó practicándose a través de todo el AT (por ejemplo Jer. 9.25–26). Constituyó un rasgo fundacional del judaísmo del NT, y fue causa de las controversias judaicas del período apostólico. Los judíos del NT habían relacionado la circuncisión tan íntimamente con Moisés que habían olvidado virtualmente su relación más fundamental con Abraham (Hch. 15.1, 5; 21.21; Gá. 5.2–3). Nuestro Señor se vio precisado a recordarles que era una práctica anterior a Moisés (Jn. 7.22); Pablo destaca el hecho de que era precisamente la creencia en la relación mosaica del rito lo que era motivo de repudio por parte del cristianismo (Gá. 5.2–3, 11, etc,), y repetidamente recalca para sus lectores su origen abrahámico (Ro. 4.11; 15.8).
b. Significación de la práctica
En Gn. 17 el pacto divino aparece, en primer lugar, como una serie de promesas personales (4b–5: Abram se convierte en el nuevo hombre con nuevos poderes), nacionales (versículo 6, el pronosticado surgimiento de una nación monárquica), y espirituales (versículo 7, la relación juramentada de Dios con Abraham y sus descendientes). Cuando el pacto, en segundo lugar, se expresa en una señal, la circuncisión (versículos 9–14), es esta totalidad de la promesa divina la que se simboliza y se aplica a los recipientes divinamente designados. Esta relación de la circuncisión con la promesa que la precede demuestra que el rito significa el acercamiento en gracia de Dios al hombre, y solamente por derivación, como veremos, la consagración del hombre a Dios. Esta verdad es la que fundamenta lo expresado en Jos. 5.2 siguientes; durante el tiempo en que la nación peregrinaba en el desierto ante el desagrado de Dios (Nm. 14.34), el pacto estaba, por así decirlo, suspendido en su efectividad, y la práctica de la circuncisión dejó de cumplirse. O también, cuando Moisés habló de poseer "labios incircuncisos" o de ser "torpe de labios" (Ex. 6.12, 30; Jer. 6.10), solamente el don de la palabra de Dios podía remediar la situación. Además, el NT habla de la circuncisión como una "señal" (Ro. 4.11) del don divino de la justicia. Por lo tanto, la circuncisión es la señal de esa obra de gracia por la cual Dios elige y deja marcados a ciertos hombres como propiedad suya.
El pacto de la circuncisión funciona sobre la base del principio de la unión espiritual de la casa o familia en torno a su jefe. El pacto se establece "entre mí y ti, y tu descendencia después de ti" (Gn. 17.7), y los versículos 26–27 expresan marcadamente la misma verdad: "Abraham e Ismael … y todos los varones de su casa … fueron circuncidados con él." Así, desde su iniciación, la circuncisión de los párvulos fue una costumbre israelita distintiva, que no fue copiada de prácticas egipcias o de otros pueblos, y que contrastaba marcadamente con los ritos de pubertad que caracterizaban a otros pueblos; estos últimos se relacionaban con el reconocimiento social como adulto, mientras que el rito de los israelitas era el reconocimiento de una posición delante de Dios, y una señal anticipatoria de la gracia divina.
Aquellos que así se hacían miembros del pacto debían demostrarlo externamente por la obediencia a la ley divina, expresada a Abram en su forma más general, "Anda delante de mí y sé perfecto" (Gn. 17.1). La relación entre la circuncisión y la obediencia se mantiene como una constante bíblica (Jer. 4.4; Rom 2.25–29; Hch. 15.5; Gá. 5.3). En este sentido, la circuncisión involucra la idea de consagración a Dios, pero no como su esencia. La circuncisión encarna y aplica promesas y exigencias contenidas en el pacto para una vida de obediencia a las condiciones establecidas en el mismo. La sangre que se derrama en el acto de la circuncisión no expresa los extremos a que debe llegar el hombre en la consagración de sí mismo, sino el elevado precio que Dios exige de aquellos a quienes llama y marca con la señal de su pacto.
No siempre se lograba esta actitud de obediencia, y, aunque la señal y la cosa señalada se consideran una en Gn. 17.10, 13–14, la Biblia reconoce francamente que es posible ser poseedor de la señal y nada más, en cuyo caso se trata de algo espiritualmente muerto y, más aun, condenatorio (Ro. 2.27). Esto lo enseña claramente el AT, ya que exhorta a que haya una demostración de realidad acorde con la señal (Dt. 10.16; Jer. 4.4), advierte que en ausencia de la realidad la señal no vale nada (Jer. 9.25), y ve anticipadamente la circuncisión del corazón por parte de Dios (Dt. 30.6).
II. En el Nuevo Testamento
El NT es inequívoco: sin la obediencia, la circuncisión se transforma en incircuncisión (Ro. 2.25–29); la señal exterior pierde totalmente su significación cuando se la compara con la realidad de guardar los mandamientos (1 Co. 7.18–19), con la fe que obra por amor (Gá. 5.6), y con una nueva creación (Gá. 6.15). Sin embargo, el cristiano no puede ni debe tratar con desdén a la señal. Aun cuando debe rechazarla en cuanto expresa la salvación por medio de las obras de la ley (Gá. 5.2ss), no obstante en su signíficado profundo la necesita (Col. 2.13; Is. 52.1). En consecuencia, existe una "circuncisión de Cristo", el "echar … el cuerpo (y no solamente una parte de él) pecaminoso carnal", una transacción espiritual no hecha a mano, una relación con Cristo en su muerte y resurrección, sellada por la ordenanza de iniciación del nuevo pacto (Col. 2.11–12).
En Fil. 3.2 Pablo usa el vocablo deliberadamente ofensivo katatomeµ, "los mutiladores del cuerpo" "el cortamiento", Pablo no habla mal de la circuncisión en los cristianos (Gá. 5.12). El verbo correspondiente (katatemnoµ) se utiliza (Lv. 21.5) en relación con mutilaciones paganas prohibidas. Para los cristianos, quienes son "la circuncisión" (Fil. 3.3), la imposición de esta anticuada señal equivale a una laceración pagana del cuerpo.