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Pastores

Los pastores bíblicos pueden ser literales o metafóricos: los que cuidan ovejas; y los pastores, divinos o mortales, que se ocupan de los hombres. A ambos tipos puede aplicárseles alabanza o censura similares. El término hebreo para pastor es el participio roµ>eh, el gr. poimeµn. El cuidado del prójimo puede ser político o espiritual. Homero y otros escritores seculares frecuentemente llamaron pastores a los reyes y gobernantes (La Ilíada 1. 263; 2. 243, etc.), uso que se refleja, en metáforas más profundas, en Ez. 34.

La responsabilidad del pastor literal era, y sigue siendo, considerable; además, es tan antigua como Abel (Gn. 4.2). Tiene que hallar pastos y agua en tierra seca y pedregosa (Salmo 23.2), proteger a sus ovejas de las condiciones climáticas y de bestias peligrosas (Am. 3.12), y recobrar los animales extraviados (Ez. 34.8; Mt. 18.12, etc,). Cuando sus deberes lo llevaban lejos de los lugares frecuentados por seres humanos, llevaba en una bolsa sus necesidades inmediatas (1 S. 17.40, 49) y una tienda podía servirle de morada (Cnt. 1.8). Utilizaba perros que lo secundaban en su tarea, igual que en la actualidad (Job 30.1). El que los pastores y sus rebaños vivan más sedentariamente en las ciudades es signo de despoblación y desastre debidos al juicio divino (Jer. 6.3; 33.12; Sof. 2.13–15). El pastor a cargo de rebaños estaba obligado a restituir cualquier animal extraviado (Gn. 31.39), a menos que pudiera demostrar claramente que las circunstancias escapaban a su previsión y control (Ex. 22.10–13). Idealmente el pastor debía ser fuerte, devoto y abnegado, como lo fueron muchos de ellos. Pero a veces había rufianes en una profesión honorable (Ex. 2.17, 19), e inevitablemente algunos pastores fallaban en el cumplimiento de sus tareas (Zac. 11, Nah. 3.18; Is. 56.11).

Tal es el honor del llamado, que frecuentemente el AT pinta a Dios como el Pastor de Israel (Gn. 49.24; Sal. 23.1; 80.1), tierno en su solicitud (Is. 40.11), pero capaz de desparramar al rebaño en su ira, o volver a juntarlo una vez que lo ha perdonado (Jer. 31.10). A veces la nota predominante es el juicio, cuando los pastores humanos y las ovejas reciben por igual condenación y castigo (Jer. 50.6; 51.23; Zac. 13.7; y la aplicación en los evangelios). Bien pueden temblar estos pastores infieles al tener que comparecer ante el Señor (Jer. 49.19; 50.44). A veces hay una nota de compasión cuando las ovejas han sido abandonadas por aquellos que tenían la responsabilidad de apacentarlas (Nm. 27.17; 1 R. 22.17; Mr. 6.34, etc.). Dos pastores mencionados con especial aprobación son Moisés (Is. 63.11), y, aunque podría parecernos sorprendente, el ejecutor pagano de los propósitos de Dios, Ciro (Is. 44.28). La Escritura destaca la seria responsabilidad que tienen los dirigentes humanos hacia quienes los siguen. Uno de los capítulos más solemnes del AT es la denuncia de los falsos pastores en Ez. 34 (Jer. 23.1–4, y aun más severamente Jer. 25.32–38). Estos han preferido llenar sus estómagos en lugar de ocuparse de sus ovejas; han matado y esparcido por provecho propio a aquellos que se les había confiado; lamentablemente han dejado de cumplir su tarea pastoral específica; por ello Dios volverá a juntar a las ovejas y juzgará a sus pastores. Más aun, va a nombrar a un solo pastor (Ez. 34.23). Esto se interpreta críticamente como la unión de los reinos del N y el S, pero concuerda mucho mejor con el Cristo que se espera.

En el NT la misión de Cristo es la del Pastor, o mejor el Gran Pastor (He. 13.20 y 1 P. 2.25; tamb. 1 P. 5.4). Jn. 10 lo explica en detalle, capítulo que merece compararse con Ez. 34. Los puntos principales que destaca Juan son: la iniquidad de los que se "infiltran dentro del rebaño; el uso de la puerta como la marca del verdadero pastor; la familiaridad de las ovejas con la voz del jefe que les ha sido asignado (en oriente los pastores modernos utilizan justamente los mismos métodos); las enseñanzas sobre la persona de Cristo, a quien se compara con la puerta (los pastores orientales frecuentemente dormían atravesando la "puerta" o abertura en el muro del redil); se lo compara con el buen pastor y se lo contrasta con el asalariado, que huye cuando se presenta el peligro. Juan hace notar también la relación entre Cristo, sus seguidores, y Dios; la reunión de las "otras ovejas" en "un rebaño" (v. 16); y el rechazo de los que no son verdaderas ovejas de Cristo.