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Parábolas y Alegorías

I. Parábolas y alegorías

El vocablo "parábola" proviene en última instancia del gr. paraboleµ, que significa literalmente "poniendo cosas a la par". Etimológicamente, por lo tanto, está muy cerca de la "alegoría", que por derivación significa "diciendo cosas de modo diferente". Tanto las parábolas como las alegorías han considerado generalmente como formas de enseñanza que presentan al oyente ilustraciones interesantes, de las que pueden obtenerse lecciones morales y religiosas; la "parábola" es un símil más bien largo o un cuento descriptivo corto, generalmente destinada a inculcar una verdad única o a responder una pregunta única, mientras que la "alegoría" denota el cuento más completo en el que todos los detalles, o la mayoría de ellos, entran en la interpretación. Ya que "la verdad incorporada en el cuento entra por las puertas humildes", el valor de este método de instrucción resulta obvio.

La línea divisoria entre parábolas y alegorías resulta obviamente muy fluida, y se encuentran ambas formas en los evangelios. Hay, sin embargo, una diferencia más fundamental que la que se refiere a la cantidad de detalles presentes. Mientras que la alegoría trabajada es esencialmente ilustrativa, de tal forma que casi se podría decir que los detalles del cuento se han derivado de la aplicación, muchas de las parábolas de Jesús no son meramente ilustraciones de principios generales; más bien envuelven mensajes que no pueden transmitirse de ningún otro modo. La parábola es la forma adecuada de comunicación para transmitir al hombre el mensaje del reino, ya que su función es provocar un sacudón a fin de que se vean las cosas de un modo distinto. Es un modo de iluminar y persuadir, que tiene como fin hacer que el oyente llegue a una decisión. Jesús, por así decirlo, se ubica a la altura de sus oyentes, y se vale de imágenes que le son familiares, con el objeto de hacerles ver cosas nuevas y no tan familiares. Así como el que ama se ve restringido por el lenguaje de la prosa, y tiene que echar mano de la poesía para expresar sus sentimientos, también Jesús expresa el mensaje del reino en formas adecuadas de lenguaje.



II. La interpretación de las parábolas

En el NT la palabra "parábola" se emplea con la misma variedad amplia de significados que el heb. maµsûaµl, para hacer referencia a casi cualquier tipo de relación no literal. Lo que nosotros normalmente llamaríamos un proverbio puede denominarse parábola (Lc. 4.23, gr.; las vss. cast. tienen, en general, "refrán", "dicho"; rsv "proverbio"). La "parábola" de Mt. 15.15 tiene casi el carácter de un acertijo. La sencilla ilustración de que la presencia de hojas en el árbol indica la proximidad del verano, es una "parábola" (Mr. 13.28). La comparación más compleja entre muchachos que juegan en la plaza, por una parte, y la reacción de los contemporáneos de Jesús ante Juan el Bautista y él mismo, por otra, se describe generalmente como una parábola (Lc. 7.31s). Por otra parte, las parábolas del sembrador y la cizaña reciben, ambas, interpretaciones alegóricas detalladas (Mt. 13.18–23, 36–43), y las parábolas de la red (Mt. 13.47–50), los labradores malvados (Mr. 12.1–12), la fiesta de bodas (Mt. 22.1–14), y la gran cena (Lc. 14.16–24) evidentemente contienen detalles con significación alegórica.

En todas las épocas los predicadores cristianos han procurado, por razones homiléticas, expresar su mensaje de un modo novedoso para sus propios auditorios. Se trata de un procedimiento enteramente legítimo; lo justifica la naturaleza de las parábolas mismas como formas artísticas, y su uso se comprueba ya en el AT mismo (tal vez el uso que hace Pablo del tema del "sembrador" en Col. 1.6). Lamentablemente surgió la tendencia a alegorizar los detalles pequeños en las parábolas, con el fin de enseñar verdades que de ningún modo resultan obvias en los relatos mismos, y no encajan en el contexto en que se encuentran. Como resultado, sobrevino la inevitable reacción crítica. Los entendidos afirmaron que las parábolas tienen por objeto ilustrar una sola verdad; y manifestaron que las interpretaciones alegóricas de las parábolas del sembrador y la cizaña constituían ejemplos primitivos del peligroso recurso de la alegorización, que tanto daño hizo a la iglesia cristiana. Pero la verdad es que resulta imposible hacer una distinción tajante entre parábola y alegoría en los relatos de Jesús; algunas tenían como fin evidente ilustrar varias lecciones, como en la parábola del hijo pródigo, donde se acentúa el gozo que Dios experimenta como Padre al perdonar a sus hijos, la naturaleza del arrepentimiento, el pecado de los celos, y el fariseísmo (Lc. 15.11–32).

El error de algunos fue reducir los mensajes de las parábolas a perogrulladas morales. Comentaristas más recientes han reconocido con justicia que forman parte de la proclamación del reino de Dios por parte de Jesús. En un esfuerzo por definir más precisamente su significado, entendidos han insistido en que las parábolas tienen que entenderse en su marco histórico original, como parte del ministerio y la tarea docente de Jesús. En algunos casos, según Jeremias, las parábolas han sido reorganizadas por quienes las trasmitieron a la iglesia primitiva, con el fin de destacar su significación permanente para nuevas generaciones de oyentes. Para oírlas nuevamente en su prístina frescura, tal como salieron de la boca de Jesús, debemos intentar eliminar cualquier elemento secundario que pudieran haber adquirido, para liberar las lecciones originales, comparativamente sencillas, enseñadas por Jesús, de los significados más complejos que les asignaron los maestros de la iglesia primitiva. Si bien alguna medida de luz puede arrojarse sobre las parábolas de esta forma, el análisis que deslinda elementos primarios y secundarios tiende a ser subjetivo. Por cierto que no siempre los evangelistas estaban al tanto de la ocasión en que fue dicha por primera vez una parábola determinada, o a quiénes estaba dirigida. En el caso de las parábolas del buen samaritano (Lc. 10.25), los dos deudores (Lc. 7.41), los muchachos en la plaza (Lc. 7.31s), y las diez minas (Lc. 19.11), se menciona el contexto, lo cual contribuye a la interpretación. Con frecuencia, empero, parecería que los relatos de Jesús fueron recordados mucho tiempo después de que las circunstancias que les dieron origen fueron olvidadas; y los evangelistas las han ubicado en sus relatos en lugares adecuados, a veces sugiriendo el motivo original por el cual fueron pronunciadas (Lc. 18.9). Otros casos, se han hecho colecciones de parábolas, separadas de sus contextos originales (Mt. 13).

Expertos modernos han sostenido que las parábolas constituyen una forma de arte cuya interpretación no depende enteramente de una reconstrucción de su forma y contenido originales; como parábolas, los relatos hechos por Jesús pueden poner de manifiesto nuevas facetas de significado. Está claro, sin embargo, que la exposición de las parábolas para el día de hoy debe basarse en una cuidadosa comprensión de lo que Jesús quiso decir al relatarlas; de otro modo volvemos a caer en el error de considerarlas como ilustraciones de verdades generales.

El estudio de las parábolas con el auxilio de la lingüística y la semántica modernas ha demostrado que no son simplemente formas de transmitir información de un modo atractivo. Tienen una variedad de formas y funciones lógicas. Con mucha frecuencia su objetivo es sacudir al auditorio a fin de que vea algo desde un punto de vista nuevo, como también ser el medio mismo por el cual el auditorio logre ubicarse en una situación nueva. Las parábolas tenían como fin obligar a la gente a decidir acerca de su actitud ante Jesús y su mensaje, y de este modo impulsarla a una nueva relación con él. Las parábolas han sido descritas como "acontecimientos lingüísticos": la parábola es la forma que adopta el reino de Dios en la esfera del lenguaje. Por medio de las parábolas el gobierno real de Dios llega a los hombres con sus promesas, juicios, exigencias, y dones.

Es en torno a estos puntos que debe girar la interpreración de las parábolas. No debemos suponer que hemos de encontrar todo el contenido del evangelio en una sola parábola: "Por ejemplo, es erróneo decir que la parábola del hijo pródigo contiene ‘el evangelio dentro de los evangelios’, y deducir de ella que la doctrina de la expiación no es vital para el cristianismo; o suponer, sobre la base del relato del buen samaritano, que el servicio práctico a nuestro prójimo es tanto el todo como el fin último del cristianismo". Tampoco debemos procurar agregarle consideraciones éticas y económicas a la interpretación de las parábolas cuando dichos aspectos no son pertinentes. La parábola del mayordomo infiel (Lc. 16.1–9) enseña que los hombres deben prepararse para el futuro; pero la moralidad del mayordomo (si es que en realidad estaba obrando inmoralmente, no forma parte de la lección. Es inútil sugerir que la parábola de los labradores en la viña (Mt. 20.1–16) tiene como fin arrojar luz sobre la cuestión de los salarios; ilustra la bondad de Dios, que trata a los hombres con generosidad, y no estrictamente de conformidad con sus méritos.



III. Características de las parábolas

Jesús tomaba las ilustraciones para sus parábolas a veces de la naturaleza, como en las diversas parábolas acerca de las semillas y su crecimiento (Mt. 13.24–30; Mr. 4.1–9, 26–29, 30–32); a veces de las costumbres familiares y los incidentes de la vida diaria, como en las parábolas de la levadura (Mt. 13.33), la oveja perdida y la moneda perdida (Lc. 15.3–10), el hombre inoportuno (Lc. 11.5–8), y las diez vírgenes (Mt. 25.1–13); a veces de acontecimientos recientes (Lc. 19.14); y a veces de lo que podría considerarse como acontecimientos ocasionales o contingencias no improbables, como en las parábolas del juez injusto (Lc. 18.2–8), el mayordomo injusto (Lc. 16.1–9), y el hijo pródigo (Lc. 15.11–32). El estilo variaba entre el símil o la metáfora breves (Mr. 2.21s; 3.23) y la descripción de un acontecimiento típico, o un relato completo relacionado con algún hecho particular.

Algunas veces la lección de la parábola resulta bastante obvia, y se desprende del relato mismo, como en el caso del rico necio, en el que el hombre rico muere justamente en el momento en que estaba completando los preparativos para retirarse rodeado de seguridad y comodidades (Lc. 12.16–21), pero aun así el relato se remata con la moraleja: "Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios." En otras ocasiones la lección surge sobre la base de una pregunta, por ejemplo "Dí, pues, ¿cuál de ellos le amará más? ’ (Lc. 7.42). La parábola misma puede contarse en forma de pregunta, mediante la cual se invita al oyente a considerar cómo actuaría en las mismas circunstancias, para luego hacer la aplicación (Lc. 11.5–8; 14.28–32). A veces Jesús mismo da a conocer la conclusión, ya sea al término del relato (por ejemplo Mt. 18.23), o en respuesta a un subsiguiente pedido de aclaración (por ejemplo Mt. 15.15). Pero es más frecuente que el relato se dé sin agregados, y se espera que los mismos oyentes lleguen a la conclusión correspondiente. Así en Mr. 12.12 está claro que los dirigentes religiosos comprendieron que Jesús había relatado la parábola de los labradores malvados en contra de ellos.

IV. El reino de Dios

Muchas de las parábolas de Jesús se relacionan específicamente con el reino de Dios (por ejemplo Mr. 4.26, 30), y en general las parábolas se relacionan con el carácter, la venida, el valor, el crecimiento, los sacrificios que exige, etc., de dicho reino. Es muy natural que la interpretación de las parábolas dependa de la perspectiva que del reino tengan los intérpretes individuales, y viceversa. Los teólogos de la escuela escatológica "totalista", que pensaban que Jesús entendía la venida del reino de Dios como un hecho sobrenatural que tendría lugar súbitamente y catastróficamente en el futuro cercano, encontraron aquí la clave para el significado de las parábolas del reino. Se referían a la crisis inminente profetizada por Jesús. Hasta las parábolas que hablaban de crecimiento o progreso eran interpretadas de este modo. Por ejemplo, en la forma súbita en que se levanta la levadura, y no en la lentitud de sus efectos, debía encontrarse el significado de la parábola (Mt. 13.33). Los teólogos de la escuela de la escatología "realizada", que sostenían que el reino se había hecho presente plenamente en el ministerio de Jesús, interpretaban las parábolas en función de cumplimiento. La cosecha para la cual se habían hecho los preparativos en épocas pasadas ya había llegado; la semilla de mostaza plantada hacía mucho tiempo se había convertido en árbol (Mr. 4.26–32).

Las dos interpretaciones mencionadas son parciales, y no hacen justicia a los evidentes elementos de esperanza futura (Mr. 13.28–37), y de cumplimiento presente (Mt. 9.37s; Jn. 4.35), en la enseñanza de Jesús. Mientras que Jesús consideraba que el reino o el reinado de Dios estaba realmente presente en sus propias palabras y hechos, también anticipó la existencia de un período de tiempo, cuya duración desconocía (Mr. 13.32), durante el cual dicho reinado se haría realidad en la sociedad de sus seguidores, que constituirían su iglesia universal, y predijo que el reino no había de hacerse presente en plenitud mientras él mismo no viniera como Hijo del hombre en gloria. El contraste entre la aparente falta de respuesta con la que fue recibida inicialmente su enseñanza, y el resultado final de la misma, está sugerido en las parábolas de Mr. 4. Muchas de las parábolas tienen que ver con la gracia demostrada por Dios a través de Jesús en el tiempo presente, e indican que ha amanecido la nueva era. Otras tienen que ver con la forma en que han de vivir los hombres, a la luz del reino, hasta su consumación final: han de ser persistentes en la oración, perdonar a otros, servir a su prójimo, usar los dones que Dios les haya dado, ser libres de la avaricia, mantenerse alerta, ser mayordomos fieles, y recordar que el juicio final está siendo determinado por su conducta presente.



V. El propósito de las parábolas

A algunas personas les ha resultado muy difícil entender Mr. 4.10–12, por cuanto pareciera sugerir que el propósito de Jesús con las parábolas no era hacer que el que no entendía comprendiese, sino que el incrédulo perseverase en su incredulidad. Es posible, sin embargo, que lo que parecería ser una cláusula de propósito en Mr. 4.12 sea en realidad una cláusula de consecuencia (así Mt. 13.13). Las parábolas de otros maestros pueden hasta cierto punto separarse de los maestros mismos, pero Jesús y sus parábolas son inseparables. No entenderlo a él es no entender sus parábolas. "A los que están afuera, por parábolas todas las cosas" (Mr. 4.11); todo el ministerio de Jesús, no solamente las parábolas, se mantiene en el nivel de los relatos y portentos terrenales, desprovisto de cualquier significación más profunda. Aquí "parábolas" ha adquirido virtualmente el significado de "acertijos". Por lo tanto, es posible que los hombres rechacen la invitación a entender y a comprometerse que surge de las parábolas, y en ellos se cumple la profecía de Isaías (Is. 6.9s; cf. Jn. 12.40, donde se cita la misma profecía con referencia a la incredulidad de los judíos, a pesar de las portentosas obras de Jesús).



VI. Parábolas en el Evangelio de Juan

En Jn. 10.6 se usa la palabra paroimia (otra traducción de maµsûaµl, generalmente vertida como "proverbio", p. ej. Pr. 1.1) para describir la alegoría de los pastores falsos y los verdaderos. En Jn. 16.25 la misma palabra está más cerca de su sentido veterotestamentario, o sea el de un dicho difícil que requiere más explicación. Al Evangelio de Juan aparentemente le faltan parábolas del tipo de las que se encuentran en los otros evangelios, pero algunos han llamado la atención a un número de parábolas breves que yacen casi escondidas en este evangelio (Jn. 3.8, 29; 4.35–38; 5.19s; 8.35; 10.1–5; 11.9s; 12.24, 35s; 16.21). No deberíamos tampoco pasar por alto las muchas descripciones "figuradas" que usa Jesús sobre sí mismo en este evangelio, p. ej. "el buen pastor", "la vid verdadera", "la puerta", "la luz del mundo", y "el camino, la verdad, y la vida".