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Único Mediador

Este término aparece poco frecuentemente en las Escrituras (Gá. 3.19–20; 1 Ti. 2.5; He. 8.6; 9.15; 12.24; Job 9.33, LXX ["árbitro"]; también en Job 33.23). Pero en toda la Biblia aparece el concepto de la mediación, y por lo tanto, de personas que actúan como mediadores. El mediador tiene la función de intervenir entre dos partes a fin de promover entre ellas relaciones que las partes por sí solas no pueden lograr. La situación que requiere los buenos oficios de un mediador a menudo es la desunión y enajenación, y el mediador lleva a cabo la reconciliación. En la esfera de las relaciones humanas Joab actuó como mediador entre David y Absalón (2 S. 14.1–23). Job expresa la necesidad con respecto a sus relaciones con Dios cuando dice: "No hay entre nosotros árbitro que ponga su mano entre nosotros dos" (Job 9.33).



I. En el Antiguo Testamento

En el AT era característico que el profeta y el sacerdote hicieran las veces de mediadores en la institución que Dios había establecido, en función de las relaciones emanadas del pacto con su pueblo. El profeta era el portavoz de Dios, y actuaba en su nombre ante los hombres (Dt. 18.18–22). El sacerdote representaba a los hombres en la presencia de Dios (Ex. 28.1; Lv. 9.7; 16.6; Nm. 16.40; 2 Cr. 26.18; He. 5.1–4; Job 42.8), En el AT, sin embargo, de todos los instrumentos humanos, Moisés fue el mediador por excelencia (Ex. 32.30–32; Nm. 12.6–8; Gá. 3.19; He. 3.2–5). Él fue el mediador del antiguo pacto, debido a que fue por medio de él que se aplicó y ratificó el pacto en Sinaí (Ex. 19.3–8; 24.3–8; Hch. 7.37–39). Es con Moisés que se compara y se contrasta a Jesús como Mediador del nuevo pacto.



II. Cristo como mediador

La designación "Mediador" pertenece en forma preeminente a Cristo, y aun los que desempeñan el oficio de mediadores en la institución veterotestamentaria fueron nombrados solamente porque la institución en la que se desempeñaban era la sombra de las realidades arquetípicas cumplidas en Cristo (Jn. 1.17; He. 7.27–28; 9.23–24; 10.1). Jesús es el Mediador del nuevo pacto (He. 9.15; 12.24). Y es un mejor pacto (He. 8.6) porque logra el cumplimiento completo de la gracia que incorpora la administración del pacto. Cristo es el "único mediador entre Dios y los hombres" (1 Ti. 2.5). Investir a otro con esta prerrogativa significa usurpar el honor exclusivo que le pertenece a él, además de negar la afirmación expresa del texto.

Aunque con poca frecuencia se emplea el término "Mediador", la Escritura abunda en referencias a la obra mediadora de Cristo.

a. Mediación preencarnada
Como Hijo eterno y preexistente actuó como Mediador en la creación de los cielos y la tierra (Jn. 1.3, 10; Col. 1.16; He. 1.2). Esta actividad en la economía de la creación es correlativa con su mediación en la economía de la redención. La omnipotencia evidenciada en la primera, y las prerrogativas que le pertenecen como Creador, son indispensables para la ejecución de la redención. Es en la redención, sin embargo, que se deja ver la amplitud de su mediación. Su mediación aparece a todo lo largo del proceso redentor, desde el comienzo hasta su consumación.

La elección, como fuente última de la salvación, no se produjo aparte de Cristo. Los electos lo fueron en él desde antes de la fundación del mundo (Ef. 1.4), y fueron predestinados a ser conformados a su imagen (Ro. 8.29).

b. Mediación en la salvación y la redención
Es particularmente en el cumplimiento, una vez para siempre, de la salvación y la redención que resulta patente su acción mediadora (Jn. 3.17; Hch. 15.11; 20.28; Ro. 3.24–25; 5.10–11; 7.4; 2 Co. 5.18; Ef. 1.7; Col. 1.20; 1 Jn. 4.9). El énfasis recae sobre la muerte, la sangre, y la cruz de Cristo como la acción por medio de la cual se ha obtenido la redención. En las Escrituras la muerte de Cristo siempre se concibe como un acontecimiento en el que Jesús actúa intensamente en obediencia al mandato del Padre y en cumplimiento de su comisión (Jn. 10.17–18; Fil. 2.8). Es la actividad de Jesús como Mediador en el derramamiento de su sangre lo que otorga eficacia salvadora a su muerte. Cuando consideramos la salvación lograda como reconciliación y propiciación, vemos aquí ilustrada más claramente la función de mediación. La reconciliación presupone alejamiento entre Dios y los hombres, y consiste en la anulación de ese alejamiento. El resultado es paz con Dios (Ro. 5.1; Ef. 2.12–17). La propiciación está dirigida a la ira de Dios, y Jesús, como propiciación, hace que Dios nos sea propicio (1 Jn. 2.2).

c. La mediación continua
La mediación de Cristo no se limita a su obra de redención terminada. Nunca se suspende su actividad mediadora. En nuestra participación de los frutos de la redención dependemos de su continua intervención como Mediador. Nuestro acceso a Dios y nuestra introducción a la gracia de Dios se realizan por intermedio de él; el nos lleva a la presencia del Padre (Jn. 14.6; Ro. 5.2; Ef. 2.18). Es por intermedio de él que reina la gracia por medio de la justicia para la vida eterna, y la gracia y la paz se multiplican para el disfrute de la plenitud de Cristo (Ro. 1.5; 5.21; 2 Co. 1.5; Fil. 1.11). Los ejercicios de devoción más característicos por parte del creyente se ofrecen por intermedio de Cristo. No sólo se ejerce la acción de gracias y la oración en la gracia que imparte Cristo, sino que también se presentan a Dios por medio de Cristo (Jn. 14.14; Ro. 1.8; 7.25; Col. 3.17; He. 13.15). La aceptabilidad de la adoración y el servicio del creyente surge de la virtud y la eficacia de la mediación de Cristo; y no hay sacrificio espiritual a menos que sea ofrecido por intermedio de él (1 P. 2.5). Incluso las intercesiones presentadas a otros para el cumplimiento de sus obligaciones derivan su sanción más solemne del hecho de que se impulsan por medio de Cristo y en su nombre (Ro. 15.30; 2 Co. 10.1; Ro. 12.1).

La mediación continua de Cristo queda especialmente ejemplificada en su ministerio celestial a la diestra de Dios. Este ministerio se refiere particularmente a su oficio de rey y sacerdote. Él es Sacerdote para siempre (He. 7.21, 24). Un aspecto importante de este ministerio sacerdotal en los cielos es la intercesión dirigida al Padre, que abarca todas las necesidades del pueblo de Dios. Jesús ha sido exaltado en su naturaleza humana, y valiéndose del depósito de sus sentimientos solidarios, surgidos de las pruebas y tentaciones de su humillación (He. 2.17–18; 4.15), satisface todas las exigencias de las luchas del creyente. Cada gracia concedida llega a través del canal de la intercesión de Cristo (Ro. 8.34; He. 7.25; 1 Jn. 2.1) hasta que la salvación que ha asegurado para los suyos alcance su culminación de conformidad con su imagen. El ministerio sacerdotal de Cristo, empero, no debe restringirse a la intercesión. Él es el Sumo sacerdote sobre la casa de Dios (He. 3.1–6), y esta administración comprende muchas otras funciones. En su oficio real ha sido exaltado por encima de todo principado y poder (Ef. 1.20–23), y reinará con el fin de sujetar a todos sus enemigos a su dominio (1 Co. 15.25). Este es el dominio mediador de Cristo, y comprende toda la autoridad en el cielo y en la tierra (Mt. 28.15; Jn. 3.35; 5.26–27; Hch. 2.36; Fil. 2.9–11).

La escatología es lo que finalmente manifestará vindicará la actividad mediadora de Cristo; él levará a cabo la resurrección y el juicio. Todos los muertos, justos e injustos, se levantarán cuando él lo ordene (Jn. 5.28–29). Es en él que los justos serán resucitados y adquirirán inmortalidad e incorrupción (1 Co. 15.22, 52–54; 1 Ts. 4.16), y con él serán glorificados (Ro. 8.17; Jn. 11.25; Ro. 14.9). El juicio final será ejecutado por él (Mt. 25.31–46; Jn. 5.27; Hch. 17.31).

d. Conclusión
La mediación de Cristo se ejerce, en consecuencia, en todas las fases de la redención, desde la elección en el consejo eterno de Dios hasta la consumación de la salvación. Él es Mediador en humillación y exaltación. Por lo tanto, su actividad mediadora es multiforme, y no puede definirse en función de una sola idea o actividad. Su mediación tiene tantas facetas como su persona, su oficio y su obra. Y así como hay diversidad en los oficios y las tareas que lleva a cabo, y en las relaciones que mantiene con los hombres como Mediador, así también hay diversidad en las relaciones que mantiene con el Padre y el Espíritu Santo en la economía de la redención. La fe y el culto de adoración por parte del hombre requieren que reconozcamos esta diversidad. Y su gloria única como Mediador exige que no atribuyamos a otro ni siquiera la sombra de esa prerrogativa, que a él le pertenece como único Mediador entre Dios y el hombre.