Este término denota una representación material, generalmente de una deidad. A diferencia del término "ídolo", que tiene tono peyorativo, "imagen" es objetivamente descriptivo. En todo el Cercano Oriente de la antigüedad había numerosas imágenes de diferentes deidades en templos y otros lugares sagrados, tales como los santuarios al aire libre; muchas casas particulares también tenían un nicho en el que se colocaba la imagen de la deidad protectora familiar. Las imágenes eran generalmente antropomórficas (en forma humana), aunque también se empleaba mucho la imagen teriomórfica (en forma de animal), particularmente en Egipto.
La forma de la imagen, especialmente de los ejemplos teriomórficos, frecuentemente evocaba alguna característica prominente de la deidad que representaba; de este modo, la imagen de un toro (por ejemplo de Él en Canaán) representaba el poder y la fertilidad del dios. El fin principal de la imagen no era ofrecer una representación visual de la deidad, sino ser lugar de residencia del espíritu de la deidad, lo que le permitía al dios estar presente en muchos lugares diferentes en forma física y simultánea. El que adoraba frente a una imagen no admitía necesariamente que ofrecía sus oraciones a la figura de metal o madera en sí, sino que probablemente consideraba que la imagen era una "proyección" o corporización de la deidad. Naturalmente, los que en Israel negaban toda realidad a la deidad representada por imágenes aseguraban que los adoradores de deidades ajenas rendían homenaje a un simple trozo de madera y piedra (Idolatría).
Las imágenes se fabricaban de diferentes maneras. Para las imágenes de fundición (masseµkaÆ) se colaba cobre, plata u oro en un molde. La imagen labrada (pesel) se esculpía en piedra o madera; las imágenes de madera podían revestirse con metales preciosos ( Is. 40.19). Véase Is. 41.6–7; 44.12–17.
I. En el Antiguo Testamento
a. Imágenes de dioses extraños. Aunque la ley del Pentateuco prohíbe la fabricación y la adoración de imágenes (Ex. 20.4–5), y los profetas condenaron esta práctica (por ejemplo Jer. 10.3–5; Os. 11.2), su uso fue común en Israel durante las épocas anteriores al exilio (Jue. 6.25; 1 R. 11.5–8; 16.31–33), y en algunas ocasiones, aun dentro del templo mismo (2 R. 21.3–5, 7).
b. Imágenes de Yahvéh. Las piedras (mas\s\eµb_oÆt_) erigidas por los patriarcas (por ejemplo Gn. 28.18, 22; 35.14) quizás originalmente se consideraban como imágenes (al igual que los árboles sagrados; Gn. 21.33), pero posteriormente se prohibieron (Asera, Dt. 16.21), o se interpretaron simplemente como objetos conmemorativos ( Gn. 31.45–50; Jos. 4.4–9). Más tarde, los yahvistas puros denunciaron las imágenes de Yahvéh: el becerro de oro en Sinaí (Ex. 32.1–8), la imagen ( Efod) que hizo Gedeón (Jue. 8.26–27), los becerros de oro en Dan y Bet-el (1 R. 12.28–30), el becerro de Samaria (Os. 8.6).
c. El hombre como imagen de Dios. En algunos textos de Génesis (1.26–27; 5.2; 9.6) se dice que el hombre fue creado "a imagen de Dios", "a semejanza" de Dios. Aunque muchos intérpretes han procurado ubicar la "imagen" de Dios en la razón, la creatividad, el habla, o la naturaleza espiritual del hombre, es más probable que lo que fue hecho a imagen de Dios haya sido el ser humano total, y no alguna parte o aspecto de él en particular. La totalidad del hombre, cuerpo y alma, es la imagen de Dios; el hombre es la imagen corporal del Dios incorpóreo. Como en el antiguo Cercano Oriente, el hombre, como imagen de Dios, lo representa mediante su participación en el soplo o espíritu divino (Gn. 2.7; quizás también el Espíritu de Dios esté incluido en la forma plural del verbo "hagamos" en 1.26; comparece la referencia al Espíritu de Dios en 1.2). El papel del hombre como señor de la tierra está determinado por su creación como imagen de Dios (1.27). En el resto del antiguo Cercano Oriente generalmente se considera al rey como la imagen de Dios, pero en Gn. 1 es toda la humanidad la que actúa como visir y representante de Dios. Es significativo que aun después de la caída se habla del hombre como imagen de Dios: la fuerza de Gn. 9.6 depende de la creencia de que el hombre representa a Dios, de modo que el daño que se hace a un hombre es un daño hecho a Dios mismo (Stg. 3.9).
II. En el Nuevo Testamento
La enseñanza neotestamentaria edifica sobre el fundamento del AT, en el que se describe al hombre (en el fundamental pasaje de Gn. 1.26s) como el representante de Dios en la tierra, y como vicerregente y mayordomo de la creación. La mejor forma de interpretar el término es funcionalmente, y lo que se tiene en vista es el destino del hombre como tal.
Esta enseñanza se repite en 1 Co. 11.7 y Stg. 3.9; ambos afirman la continuidad de la posición del hombre en el orden creado como reflejo de la "gloria" divina, a pesar de la pecaminosidad humana. En el NT, sin embargo, se pone el acento más en la persona de Jesucristo, a quien se llama "imagen de Dios" (2 Co. 4.4; Col. 1.15; ambos pasajes tienen forma de credo, sobre un fondo de polémica, como oposición a nociones falsas o inadecuadas que se expresaban corrientemente). La posición de Cristo como la "imagen" del Padre deriva de la unicidad de su relación como preexistente. Él es el Logos desde toda la eternidad (Jn. 1.1–18), y por ello puede reflejar fielmente y plenamente la gloria del Dios invisible. Véase también He. 1.1–3 y Fil. 2.6–11, en los que se emplean expresiones paralelas para aclarar la relación única de Jesucristo con Dios. "Imagen" (o sus términos equivalentes "forma", "gloria") no sugiere un simple parecido con Dios, o un paradigma de su persona, sino más bien una participación en la vida divina y, más aun, una "objetivación" de la esencia de Dios, de modo que el que es por naturaleza invisible adquiere expresión visible en la figura de su Hijo.
De este modo Cristo es el "postrer Adán" (1 Co. 15.45), que va a la cabeza de una nueva humanidad que recibe su vida de él. Así Jesucristo es a la vez la "Imagen" única y el prototipo de los que gracias a él tienen conocimiento de Dios y vida en Dios (Ro. 8.29; 1 Co. 15.49; 2 Co. 3.18; 1 Jn. 3.2).
La expresión "imagen de Dios" está íntimamente relacionada con el "nuevo hombre" (Ef. 4.24; Col. 3.10s; Gá. 3.28). Esto sirve para recordarnos que hay aspectos sociales importantes en el significado de "imagen" en tanto se reproduce en vidas humanas, tanto en la confraternidad de la iglesia como en el papel del hombre como custodio de la naturaleza (He. 2.8, con referencia a Sal. 8).
También es necesario reconocer una dimensión escatológica. El cumplimiento del plan de Dios para la humanidad en Cristo espera la parusía, en la que la existencia mortal de los cristianos se transformará en una semejanza perfecta a su Señor (1 Co. 15.49; Fil. 3.20–21), y de esta manera se restaurará completamente la imagen de Dios en el hombre.