El término "infierno" en el NT traduce la voz griega que se translitera como "gehena" (Mt. 5.22, 29–30; 10.28; 18.9; 23.15, 33; Mr. 9.43, 45, 47; Lc. 12.5; Stg. 3.6). Este nombre se deriva del heb. geÆ(ben)(bƒneÆ) hinnoµm, valle (del hijo/de los hijos) de Hinom, valle cercano a Jerusalén (Jos. 15.8; 18.16) en el que se sacrificaban niños pasándolos por el fuego como parte de ciertos ritos paganos (2 R. 23.10; 2 Cr. 28.3; 33.6; Jer. 7.31; 32.35). Su derivación original es oscura, pero es casi seguro que Hinom fuese el nombre de alguna persona. En escritos judíos posteriores gehena llegó a significar el lugar de castigo para los pecadores. Se lo describía como un lugar de fuego inextinguible; la idea general del fuego como modo de expresar el juicio divino se encuentra en el AT (Dt. 32.22; Dn. 7.10). La literatura rabínica contiene diversas opiniones acerca de quién sufriría el castigo eterno. Era común pensar que los sufrimientos de algunos terminarían mediante la aniquilación, y que el fuego de la gehena en ciertos casos era un purgatorio. Pero los que sostenían estas doctrinas también enseñaban la realidad del castigo eterno para ciertas clases de pecadores. Tanto esta literatura como la apócrifa afirman la creencia en una retribución eterna.
La enseñanza del NT apoya esta antigua creencia. El fuego del infierno es inextinguible (Mr. 9.43) y eterno (Mt. 18.8), y su castigo es lo opuesto a la vida eterna (Mt. 25.46). No se supere en ninguna parte que los que entran al infierno volverán a salir de allí algún día. No obstante, el NT permite la posibilidad de que, si bien el infierno como manifestación de la ira implacable de Dios contra el pecado es infinita, puede no serlo la existencia de quienes sufren en él. Resulta difícil reconciliar el cumplimiento final de todo el universo en Cristo (Ef. 1.10; Col. 1.20) con la imperecedera existencia de los que lo rechazan. Algunos entendidos han afirmado que castigo eterno es el que lo es en sus efectos; de cualquier manera, eterno no necesariamente significa que no tendrá fin, sino que quiere decir, "larga duración que se extiende hasta el horizonte mental del escritor". Por otra parte, Ap. 20.10 indica un tormento consciente y sin fin para el diablo y sus agentes, aunque en un pasaje altamente simbólico, y algunos hasta afirmarían que un fin semejante espera a los seres humanos que en última instancia se niegan a arrepentirse. De cualquier modo, no debe permitirse que nada desmerezca la seriedad de las advertencias de nuestro Señor acerca de la terrible realidad del juicio de Dios en el mundo venidero.
En Stg. 3.6 la gehena, como el pozo del abismo de Ap. 9.1ss; 11.7, aparece como la fuente del mal en la tierra.
Las metáforas neotestamentarias sobre el castigo eterno no son uniformes. Además de fuego, se lo describe como tinieblas (Mt. 25.30; 2 P. 2.17), muerte (Ap. 2.11), perdición y exclusión de la presencia del Señor (2 Ts. 1.9; Mt. 7.21–23), y una deuda que hay que pagar (Mt. 5.25–26).
Solamente en 2 P. 2.4 encontramos el verbo tartarooµ, traducido como "arrojar al infierno", y en otras versiones "arrojar a las regiones inferiores". Tartaros es la palabra clásica para el lugar de castigo eterno, pero aquí se la aplica a la esfera intermedia de castigo para los angeles caídos.