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Viandas Sacrificadas a los Ídolos

Entre las consultas que los corintios le hicieron al apóstol Pablo estaba la concerniente a "las viandas sacrificadas a los ídolos", frase que representa un término griego, eidoµlothyta. Pablo trata este tema en 1 Co. 8.1–13 y 10.14–33. Primeramente es necesario bosquejar los antecedentes relativos a la pregunta de los corintios.



I. Los antecedentes

En el antiguo sistema de sacrificios, centro no solamente de la vida religiosa del mundo grecorromano del siglo. I, sino también de la vida social y doméstica, sólo parte del sacrificio se presentaba al dios en el templo. Al sacrificio seguía una comida cúltica en la que se consumía el resto del alimento consagrado, ya sea en el recinto del templo o en la casa. A veces se mandaba al mercado lo que quedaba, para su venta (1 Co. 10.25).

Hay antecedentes de la práctica de comer en el templo en los conocidos papiros de Oxirrinco, que según Lietzmann tienen "un extraordinario paralelo" con la referencia de 1 Co. 10.27: "Queremón te invita a cenar en la mesa de Serapis (el nombre de la deidad) en el serapeo, mañana 15 a hora novena" (= 3 de la tarde). Una invitación a una comida de esta naturaleza, sea en el templo o en una casa particular, indudablemcnte sería un acontecimiento común en la vida social de la ciudad de Corinto, y presentaría un serio problema para el creyente que fuese invitado. Seguramente que otros aspectos de la vida en un centro tan cosmopolita se verían afectados por la actitud de los cristianos con respecto a la carne ofrecida a los ídolos. Tendría que considerarse si se debía ir a los festivales públicos que empezaban con cultos y sacrificios paganos. El ser miembro de un gremio o asociacion profesional, y, en consecuencia, toda la posición comercial de la persona, como también su participación en la vida pública, estaba todo en juego, ya que el ser miembro acarreaba la necesidad de sentarse "a la mesa en un lugar de ídolos" (1 Co. 8.10). Aun las compras diarias en el mercado podían presentar un problema al cristiano responsable en Corinto. Como mucha de la carne disponible iba del templo, por mano de sus funcionarios, a los carniceros para ser puesta en venta, se presentaba la siguiente cuestión: ¿Podía comprar dicha carne el ama de casa cristiana, carne que provenía de animales sacrificados y que, en consecuencia, seguramente estaban libres de defectos, y que bien podía ser la de mejor calidad en el mercado? Además, había banquetes gratuitos en el templo, una verdadera oportunidad para los pobres. Si de 1 Co. 1.26 inferimos que algunos de los miembros de la iglesia corintia pertenecían a las clases más necesitadas, se trataba de una cuestión práctica determinar si estaban en libertad de concurrir a dichos banquetes.



II. Reacciones diferentes

Las opiniones de la iglesia estaban sumamente divididas. Un grupo, en nombre de la libertad cristiana (6.12; 10.23; 8.9), y sobre la base de un supuesto nivel superior de conocimiento, no veía nada de malo en aceptar una invitación a una comida cúltica, y no encontraban razón alguna por la cual no se pudiera comprar y comer alimentos que habían sido previamente dedicados en el templo.

La justificación de esta actitud de sincretismo religioso era que, primero, la comida en el templo no era más que una reunión social. Opinaban que no tenía ninguna significación religiosa. En segundo lugar, parecería que opinaban que de todos modos los dioses paganos eran inexistentes. "Un ídolo nada es en el mundo, y no hay más que un Dios", era el argumento que presentaban en su defensa (8.4; citado probablemente de la propia carta de los corintios a Pablo).

Por otra parte, el grupo "débil" (8.9; Ro. 15.1) veía la situación de manera diferente. Al aborrecer aun la más leve sospecha de Idolatría, pensaban que los demonios que se encontraban por detrás del ídolo todavía ejercían su influencia maligna en las viandas y las "contaminaban", haciéndolas así impropias para el consumo por parte de los creyentes (8.7; Hch. 10.14).



III. La respuesta de Pablo

Pablo comienza a responder la pregunta de la iglesia de Corinto expresando su acuerdo con la proposición de que "no hay más que un Dios" (8.4). Pero inmediatamente aclara esta confesión explícita de su monoteísmo, recordando a sus lectores que existen los llamados dioses y señores que ejercen influencia demoníaca en el mundo. Acepta, sin embargo, que "para nosotros", que sólo aceptamos un Dios y Señor, el poder de dichos demonios ha sido superado por la cruz, de modo que los corintios ya no tienen que estar sujetos a ellos (Col. 2.15–16; Gá. 4.3, 8–9). No todos los creyentes corintios habían encontrado esa libertad en Cristo, por lo que era necesario considerar su caso y no herir su conciencia débil con una acción indiscreta (8.7–13). El apóstol tiene algo más serio que decir a este respecto, y vuelve a ello después de una digresión en el capítulo 9.

Se ocupa del peligro de la idolatría en 10.14ss. Estos versículos son una exposición del significado profundo de la mesa del Señor a la luz de la comunión en el cuerpo y la sangre de Cristo (10.16); de la unidad de la iglesia como cuerpo de Cristo (10.17); del hechizo que los demonios ejercen sobre los que les ofrecen culto en los festines en honor a los ídolos, y que los lleva a entrar en alianza con los demonios (10.20); y de la imposibilidad de una doble fidelidad, que representaría el querer compartir la mesa del Señor y la de los demonios (10.21–22).

Por lo tanto, en esta sección, el apóstol adopta una actitud seria con respecto a lo que significa concurrir a los banquetes idólatras (10.14). De acuerdo con la enseñanza rabínica, posteriormente codificada en el opúsculo de la Misná ‘Abodah Zarah ("Culto extraño"), prohíbe en forma absoluta el consumo de alimentos y bebidas en templos dedicados a ídolos (10.19–20; Ap. 2.14) debido a que, como decían los rabinos, "un cadáver profana por la sola sombra que proyecta, de la misma manera, un sacrificio idólatra profana con su sombra", es decir, que el estar bajo un techo pagano, y tener contacto con ellos hace ritualmente impura a la persona.

Pero con respecto a viandas que previamente fueran ofrecidas en el templo y que posteriormente se entregan al consumo, Pablo afirma que están permitidas sobre la base de Sal. 24.1 (1 Co. 10.25ss). Aunque esas viandas hayan sido dedicadas en el templo y estén a la venta en el mercado, pueden ser consumidas en virtud de haber sido creadas por Dios (1 Ti. 4.4–5). Esto claramente se aleja de las reglas ceremoniales de los rabinos (e indudablemente también del decreto apostólico de Hch. 15.28–29), y es la aplicación práctica de las palabras del Señor en Mr. 7.19: "Esto decía, haciendo limpios todos los alimentos"; Hch. 10.15). La única condición es que debe observarse "la ley del amor", y el cristiano debe abandonar la propia libertad de comer tales viandas si existe la posibilidad de ser tropiezo para la conciencia del creyente "débil’ y hacerlo caer (10.28–32), o también si la práctica puede escandalizar a un gentil (10.32). La situación que contemplan estos versículos es la aceptación, por parte de un cristiano, de una invitación a comer tales viandas en una casa particular (10.27). En tales circunstancias el creyente tiene libertad de comer el alimento que se le presente, sin inquirir sobre su "historia pasada", es decir, de dónde viene, o si ha sido dedicado en algún santuario idolátrico. Sin embargo, si algún pagano advierte a los presentes durante la comida diciendo: "Esto fue sacrificado a los ídolos" (utilizando el término pagano hierothyton), entonces debe rechazarse el alimento, no porque esté "contaminado", o no sea digno de consumirse, sino porque "coloca al que come en una posición falsa, y confunde la conciencia de otros", especialmente su vecino pagano (10.29). Esta lectura difiere de otra sugerencia, donde consideran que el que habla en el versículo 28 es un cristiano gentil que utiliza la terminología que empleaba antes de hacerse cristiano; sin embargo, es mejor considerar a la persona que habla en el versículo 27 como "algún incrédulo" ; y entonces las palabras del apóstol concuerdan con el altruismo de los rabinos, que enseñaban que el judío devoto no debe tolerar la idolatría, por el riesgo de estimular a su vecino gentil a cometer errores, por los que él sería responsable.