El sustantivo griego palingenesia sólo aparece dos veces en el NT (Mt. 19.28, "nuevo mundo", "el tiempo en que todo sea renovado"; Tit. 3.5). Mateo lo emplea escatológicamente, para referirse a la restauración de todas las cosas, recordándonos que la renovación del individuo forma parte de una renovación cósmica más amplia. En Tito vemos el término aplicado con referencia individual.
En las demás partes se usan diferentes términos para expresar el cambio que efectúa el Espíritu Santo. gennaoµ (con anoµthen, Jn. 3.3, 7) significa "engendrar" o "dar a luz a", y se utiliza en Jn. 1.13; 3.3–8; 1 Jn. 2.29; 3.9; 4.7; 5.1, 4, 18. En 1 P. 1.3, 23 aparece la voz anagennaoµ—"volver a engendrar" o "hacer nacer de nuevo"—. Estos términos se emplean para describir el acto inicial de la renovación. Las voces anakainoµsis (Ro. 12.2; Tit. 3.5), con el verbo anakainooµ (2 Co. 4.16; Col. 3.10), denotan un hacer de nuevo o renovación. Las referencias indican que el uso de estas dos palabras no se limita a la renovación inicial, sino que se extiende al proceso resultante. Podemos notar, con referencia al resultado del nuevo nacimiento, términos como kaineµ ktisis, ‘nueva criatura’ (2 Co. 5.17; Gá. 6.15), y kainos anthroµpos, ‘nuevo hombre’ (Ef. 2.15; 4.24). Dos veces tenemos el término synzoµopoiteoµ, ‘dar vida juntamente con’ (Ef. 2.5; Col. 2.13), que nos da la idea de un cambio, no solamente tan dramático como el nacimiento, sino tan dramático como la resurrección. apokyeoµ (Stg. 1.18) denota dar a luz.
Al estudiar estos términos notamos que todos indican un cambio drástico y dramático, cambio que podemos comparar con el nacimiento, el nuevo nacimiento, la nueva creación o aun la resurrección. En el contexto correspondiente varios de ellos indican que el cambio es permanente y que produce efectos de largo alcance en el sujeto.
I. Presentación veterotestamentaria
El concepto de la regeneración está más prominente en el NT que en el AT. Muchos pasajes veterotestamentarios plantean el concepto de la renovación nacional, pensamiento que está presente en las declaraciones relativas al nuevo pacto y a la ley escrita en el corazón de los hombres, o a la recepción de corazones nuevos por los hombres (Jer. 24.7; 31.31s; 32.38s; Ez. 11.19; 36.25–27, y el pasaje relativo al "valle que estaba lleno de huesos secos", 37.1–14).
Aunque es la nación a la que se refieren estas escrituras, una nación puede ser renovada solamente cuando sus individuos cambian. En consecuencia, en el concepto mismo de una renovación nacional encontramos el pensamiento de que los individuos reciben "corazones nuevos". Otros pasajes se refieren más directamente al individuo (Is. 57.15). Notamos especialmente el Sal. 51, en el que la plegaria de David se expresa en el versículo 10. Si consideramos la seriedad con que se ve el pecado y sus efectos, tal como se expresan en este salmo, poco nos sorprenderá encontrar algo más que una mera alusión a la necesidad de la renovación individual.
II. Presentación neotestamentaria
Debemos considerar esta doctrina en el contexto del hombre pecador (Jn. 3.6; Ef. 2.1–3.5). Se considera que los efectos del pecado sobre la naturaleza humana son tan serios que, sin el nuevo nacimiento, el pecador no puede ver el reino de Dios, y mucho menos entrar en él (Jn. 3.3, 5; 1 Co. 2.6–16).
La iniciativa de la regeneración se le adjudica a Dios (Jn. 1.13); viene de arriba (Jn. 3.3, 7) y por el Espíritu (Jn. 3.5, 8). La misma idea aparece en Ef. 2.4–5; 1 Jn. 2.29; 4.7. Este acto divino es decisivo y de una vez por todas. Se emplean aoristos en Jn. 1.13; 3.3, 5, 7. El uso del tiempo perfecto indica que este simple acto inicial lleva consigo efectos de largo alcance, como en 1 Jn. 2.29; 3.9; 4.7; 5.1, 4, 18. Los resultados perdurables de que nos hablan estos pasajes son hacer el bien, no cometer pecados, amarnos los unos a los otros, creer que Jesús es el Cristo, y vencer al mundo. Estos resultados indican que en asuntos espirituales el hombre no es del todo pasivo. Es pasivo en el nuevo nacimiento, ya que Dios actúa en él. Pero el resultado de este acto es una actividad de grandes alcances; en forma activa se arrepiente, cree en Cristo, y, a partir de ese momento, anda en novedad de vida.
Jn. 3.8 nos recuerda que mucho en relación con este tema es inescrutable. Y, sin embargo, debemos tratar de averiguar qué es lo que realmente le ocurre al individuo en el nuevo nacimiento. Podríamos afirmar con segurida el que no hay cambio alguno en la personalidad en sí, ya que la persona sigue siendo la misma. Pero ahora se encuentra regida de manera diferente. Antes del nuevo nacimiento el pecado regía al hombre, y lo hacía rebelarse contra Dios; ahora el Espíritu lo controla y lo dirige hacia Dios. El hombre regenerado camina segun el Espíritu, vive en el Espíritu, es llevado por el Espíritu, y se le ordena que sea lleno del Espíritu (Ro. 8.4, 9, 14; Ef. 5.18). No es perfecto; tiene que crecer y progresar (1 P. 2.2), pero en cada departamento de su personalidad está siendo encaminado hacia Dios.
Podemos definir la regeneración como un acto drástico que el Espíritu Santo lleva a cabo en la naturaleza humana caída, que hace que cambie totalmente la concepción que esa persona tiene. Ahora podemos describirlo como un nuevo hombre que busca, encuentra, y sigue a Dios en Cristo.
III. Los medios de la regeneración
En 1 P. 3.21 se relaciona estrechamente el bautismo con el ingreso en un estado de salvación, y en Tit. 3.5 tenemos la referencia al lavado de la regeneración. 1 P. 1.23 y Stg. 1.18 mencionan la Palabra de Dios como el medio por el que se llega al nuevo nacimiento. Muchas personas, sobre la base de estos pasajes, afirman que estos son los canales necesarios por medio de los cuales nos llega la regeneración. Con 1 Co. 2.7–16 en mente, debemos preguntarnos si la Palabra de Dios es un medio de regeneración que actúa de esta forma. Aquí se nos enseña claramente que el hombre natural se encuentra en un estado tal que no puede recibir las cosas del Espíritu de Dios. Una intervención divina que haga que el hombre natural sea receptivo a la Palabra de Dios debe anteceder a la acción de escuchar la Palabra de manera salvadora. Cuando así ocurre, la Palabra de Dios hace que la nueva vida adquiera expresión. Resulta claro que el nuevo nacimiento de 1 P. 1.23; Stg. 1.18 se concibe en sentido más integral que en Juan. Juan hace una distinción entre la regeneración y la fe que ella trae aparejada (por ejemplo Jn. 1.12–13; 1 Jn. 5.1); Pedro y Santiago, al incluir la referencia a la Palabra como medio, indican que están pensando en todo el procedimiento por medio del cual Dios orienta a los hombres hacia una fe consciente en Cristo.
También podemos considerar este asunto en función de la concepción y el nacimiento. El Espíritu Santo implanta o engendra nueva vida por acción directa sobre el alma. Posteriormente se llega al nacimiento (apokyeoµ, Stg. 1.18) por medio de la palabra. gennaoµ (1 P. 1.23) puede tener el significado de nacimiento, además del de engendrar.
Hay otras objeciones bíblicas a la idea de que el bautismo otorga, por sí mismo, gracia regeneradora. Considerar el bautismo de este modo ex opere operato contradice otras escrituras, especialmente la protesta profética contra el abuso de los ritos sacerdotales, y las críticas de Pablo acerca del punto de vista judío relativo a la circuncisión (Ro. 2.28s; 4.9–12). Vemos casos de conversión sin bautismo (Hch. 10.44–48; 16.14–15). Este último caso es especialmente interesante porque se menciona el momento en que Lidia abre su corazón, antes del bautismo, hecho que se menciona específicamente. Si alguien pretende aducir que la situación es diferente en el caso de los cristianos de generaciones subsiguientes, la actitud de Pablo respecto a criterios similares relativos a la circuncisión debería servir para definir la cuestión. La gracia regeneradora proviene del Espíritu, que la proporciona directamente a los pecadores perdidos. La Palabra de Dios le da expresión mediante la fe y el arrepentimiento. El bautismo da testimonio de la unión espiritual con Cristo en su muerte y resurrección, por cuyo medio recibimos nueva vida, pero no la proporciona automáticamente si no hay fe de por medio.