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Siete Palabras

Para hablar de "siete palabras" se han reunido los datos de los cuatro evangelios y se ha identificado la "gran voz" de Mr. 15:37 con una de las expresiones articuladas que cita otro evangelista.

La primera de las palabras que pronunció nuestro Señor desde la cruz (Lc. 23.34) revela un amor totalmente inesperado y completamente inmerecido. Oró por los soldados romanos, y aun, como sugiere Pedro (Hch. 3:17), por los guías religiosos de la nación. (Algunos antiguos testigos omiten este dicho, pero probablemente se deba a un editor que consideró que los hechos de 70 d.C. mostraban que Dios no había perdonado a las autoridades judías que acusaron a Jesús ante Pilato, como si la plegaria fuera para ellos.)

La segunda palabra fue dirigida al malhechor arrepentido (Lc. 23.43), el que, más allá de la cruz, vio la corona y la gloria por venir y le dijo a Jesús: "Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino" (versículo 42). Jesús le respondió: "No dentro de mucho tiempo, sino antes que se ponga el sol tú estarás conmigo en la gloria del paraíso."

La tercera palabra (Jn. 19:25–27), que comprende expresiones para su madre y el discípulo amado, prueba que en Jesús tenemos el ejemplo supremo de "un corazón en paz consigo mismo, listo para consolar y compaderer a los demás". Aunque sufría tremendos dolores físicos y había experimentado agonías espirituales aun más terribles, pensó en su madre y se ocupó de su futuro. La espada traspasaba su corazón de madre (Lc. 2:35), pero las tiernas palabras de su Hijo deben haberle proporcionada gran consuelo y curación.

Las primeras tres palabras fueron dichas en el curso de la mañana antes del mediodía. La cuarta, que nos resulta sobrecogedora (Mt. 27:46; Mr. 15:34), probablemente la pronunció Jesús cuando se estaba disipando la misteriosa y sobrenatural oscuridad que duró tres horas Eloi, Eloi, ¿lama Sabactani? Aparece en Mr. 15:34 y en forma ligeramente diferente en Mt. 27:46. Es uno de los dichos del Señor en la cruz, y es una cita tomada del Sal. 22:1. La forma "Elí" daría mayor pie para la confusión con Elías, y la forma que aparece en Mateo es probable que sea, por lo tanto, la original. Nuestro Señor emplea el arameo, que es casi exactamente la forma del tárgum.

La dificultad para explicar este dicho es el argumento más fuerte en favor de su autenticidad. Explicaciones inadecuadas son la de que refleja la intensidad del sentimiento humano del Señor, la de que revela la desilusión de su esperanza de que frente a su gran necesidad el Padre habría de acelerar la iniciación de la nueva era, o la de que simplemente estaba recitando el salmo como acto devocional. Sólo se la puede entender a la luz de la doctrina neotestamentaria de la expiación, según la cual Cristo se identificó con el hombre pecador y soportó la separación de Dios (Fil. 2.8; 2 Co. 5.21). Es un misterio que no podemos sondear.

La quinta palabra (Jn. 19.28) la dijo poco después de la anterior, y es la única que menciona su sufrimiento físico. Jesús había rehusado beber el vino con mirra (Mr. 15:23), pero aceptó otra clase de bebida a fin de humedecer sus resecos labios y garganta, para poder expresar en alta voz la declaración que contiene la sexta palabra. El evangelista hace notar el cumplimiento del Sal. 69:21b.

Esa palabra (Jn. 19:30) consiste en un término griego de gran amplitud, tetelestai, ‘consumado es’. Es el grito del Vencedor, no el de una víctima derrotada, que ha concluido la obra que se le había encomendado, ha cumplido todos los tipos y profecías veterotestamentarios, y de una vez por todas ha ofrecido el sacrificio definitivo por el pecado (He. 10:12).

En la palabra final (Lc. 23:46) Jesús cita el Sal. 31:5, la tradicional plegaria vespertina de los judíos piadosos. Tan realmente son hermanos del Redentor los redimidos (He. 2:11–13), que, en el momento de morir, pueden utilizar el mismo lenguaje al encomendar sus almas al Padre: el Padre de él y el Padre de ellos en él.