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Sacrificio y Ofrenda en NT

Los términos griegos utilizados son thysia, doµron, prosfora y sus cognados, y anaferoµ, traducido "sacrificio, don, ofrenda" (thysia en Mr. 12.33 probablemente significa "ofrenda de harina"); holokautoµma, ‘holocausto completo’; thymiama, ‘incienso’; spendoµ, ‘derramar como ofrenda de bebida’. Todos fueron tomados, junto con los que se mencionan más adelante, de la LXX.



a. Sacrificios veterotestamentarios en el Nuevo Testamento

Se siguieron ofreciendo sacrificios veterotestamentarios durante todo el período de composición del NT prácticamente; y no es sorprendente, por lo tanto, que incluso su significación literal sea objeto de comentarios ilustrativos. Encontramos máximas importantes en Mt. 5.23–24; 12.3–5 y paralelos, 17.24–27; 23.16–20; 1 Co. 9.13–14. Es digno de tener en cuenta que nuestro Señor hizo hacer sacrificios por él mismo, o que él mismo los hizo, cuando fue presentado en el templo, durante su última pascua, y presumiblemente en las otras ocasiones en que fue a Jerusalén para las fiestas. La práctica de los apóstoles en Hechos quita todo fundamento a la opinión de que después del sacrificio de Cristo debía considerarse el sacrificio en el templo judío como abominación a Dios. Los vemos frecuentando el templo, y Pablo mismo se traslada a Jerusalén en Pentecostés y en esa ocasión ofrece los sacrificios (que incluyen sacrificios por el pecado) que correspondían a la interrupción de votos (Hch. 21; Nm. 6.10–12). No obstante, en principio los sacrificios ya eran innecesarios, porque el antiguo pacto "ya se consideraba viejo" y estaba "próximo a desaparecer" (He. 8.13), de modo que cuando los romanos destruyeron el templo, aun los judíos no cristianos dejaron de ofrecer sacrificios.

La Epístola a los Hebreos contiene el análisis más completo de los sacrificios veterotestamentarios. Las enseñanzas del autor tienen su lado positivo (11.4), pero lo que le preocupa especialmente es poner en evidencia cuán inadecuados resultaban, excepto como tipos. El hecho de que no logran para el hombre el acceso al lugar santísimo, prueba que no pueden liberar de culpa la conciencia. No son sino ordenanzas carnales, impuestas hasta que llegue el momento de la reforma (9.6–10). El que no podían lograr la expiación de los pecados lo demuestra, además, el hecho de que lo que se ofrece no son más que animales (10.4), como también el hecho mismo de su repetición (10.1–2). El objeto no es tanto ofrecer remedio al pecado, sino lograr que no se lo olvide (10.3).



b. "Sacrificios espirituales"

Los "sacrificios espirituales" (1 P. 2.5; Jn. 4.23–24; Ro. 12.1; Fil. 3.3) vienen a remplazar en la época neotestamentaria las ordenanzas carnales, y aparecen con frecuencia (Ro. 12.1; 15.16–17; Fil. 2.17; 4.18; 2 Ti. 4.6; He. 13.15–16; Ap. 5.8; 6.9; 8.3–4). Aun en el AT, sin embargo, los salmistas profetas a veces emplean metafóricamente el lenguaje de los sacrificios (por ejemplo Sal. 50.13–14; 51.16–17; Is. 66.20), uso que continúa en la literatura intertestamentaria (Ecl. 35.1–3). Es preciso reconocer que en general fue un fracaso el intento de relacionar dichos pasajes con sacrificios literales. Los sacrificios que se mencionan en estos pasajes no son siempre inmateriales, y algunos reguieren la muerte de la víctima: son "espirituales en el sentido de que, estrictamente, pertenecen a la época del Espíritu Santo (Jn. 4.23–24; Ro. 15.16). Pero a veces son inmateriales, y nunca van acompañados de un ritual preestablecido. Parecería, en realidad, que cada acto del hombre lleno del Espíritu puede considerarse como un sacrificio espiritual, y es un sacrificio en el sentido de que está dedicado a Dios le es aceptable a él. Pero, por supuesto, no logra a expiación. Debemos buscar el anticipo del sacrificio expiatorio no aquí sino en el sacrificio de Cristo, sin el cual no serían aceptables los sacrificios espirituales (He. 13.15; 1 P. 2.5).



c. El sacrificio de Cristo

El sacrificio de Cristo es uno de los temas principales del NT. Se habla de su obra de salvación en términos a veces éticos, a veces penales, pero con frecuencia también de sacrificio. Se habla de Cristo como el Cordero de Dios inmolado cuya sangre preciosa quita los pecados del mundo (Jn. 1.29, 36; 1 P. 1.18–19; Ap. 5.6–10; 13.8), y el cordero se usaba en diversos sacrificios. Más específicamente, se habla de él como el verdadero Cordero pascual (pasja, 1 Co. 5.6–8), como ofrenda por el pecado (peri hamartias, Ro. 8.3, Lv. 5.6–7, 11; 9.2–3; Sal. 40.6, etc. en la LXX), y en He. 9–10 como el cumplimiento de los sacrificios del pacto según Ex. 24, la vaca alazana de Nm. 19, y los sacrificios del día de expiación. El NT constantemente identifica a nuestro Señor con el Siervo sufriente de Is. 52–53, sacrificado por nuestras culpas (Is. 53–10), y con el Mesías (Cristo) de Dn. 9, que debe expiar la iniquidad (v. 24). El NT usa los términos "propiciar" y "rescatar" (Propiciación, Redentor) para Cristo en contexto de sacrificio, y el concepto de la purificación por su sangre (1 Jn. 1.7; heb. pass.) también está relacionado con el tema de los sacrificios (Expiación; Santificación).

Esta doctrina está más plenamente elaborada en la Epístola a los hebreos. El autor destaca la importancia de la muerte de Cristo como sacrificio (2.9, 14; 9.15–17, 22, 25–28; 13.12, 20), y el hecho de que su sacrificio ha terminado (1.3; 7.27; 9.12, 25–28; 10.10, 12–14, 18), pero otras afirmaciones suyas llevaron a algunos anglocatólicos y al presbiterianos a suponer, por el contrario, que la muerte no constituye el elemento importante del sacrificio de Cristo, y que su sacrificio sigue para siempre. Cierto es que la epístola limita el sacerdocio y el santuario de Cristo al cielo (8.1–5; 9.11, 24), pero de ningún modo limita su sacrificio a dicho lugar. Dice, efectivamente, que ofreció allí (8.3), pero "ofrecer" es un término que usa tanto para el donante que aporta y mata una víctima en sacrificio fuera del santuario como para el sacerdote que lo presenta, ya sea allí sobre el altar o adentro. Aquí la referencia es, indudablemente, al rociamiento u "ofrecimiento" de sangre en el lugar santísimo por el sumo sacerdote el día de la expiación (9.7, 21–26), acción típica cumplida por Cristo. Todo aquello que costaba en el sacrificio—la parte del donante y la víctima—se llevó a cabo en la cruz. Sólo faltaba cumplir la parte sacerdotal—la presentación a Dios por un mediador aceptable—y esto lo hizo Cristo al entrar en la presencia de su Padre cuando se produjo la ascensión, momento a partir del cual su sangre rociada ha quedado allí (12.24); No hay por qué pensar en una presentación literal de su persona o sangre con motivo de la ascensión: es suficiente que haya entrado como el Sacerdote del sacrificio, que murió de una vez por todas en la cruz, fue inmediatamente recibido, y se sentó en gloria. Su eterna intercesión sacerdotal en el cielo (7.24s; Sal. 99.6; Jl. 2.17) no es alguna actividad adicional, sino que todo forma parte del hecho de "presentarse ahora por nosotros ante Dios" (9.24). Sobre la base de su obra en la cruz, y habiendo ya pasado sus sufrimientos, su simple aparición ante la presencia de Dios a favor de nosotros es una continua intercesión por nosotros y una continua "expiacíon" o "propiciacíon" por nuestros pecados (2.10, 17s; nótese el tiempo presente en el griego). Véase también Sacerdotes y levitas.

Es tan errónea la idea de que el sacrificio de Cristo es un sacrificio literal como que lo son los sacrificios espirituales. Ambos trascienden sus tipos veterotestamentarios, y ninguno de los dos es ritual. Las aseveraciones, en el sentido de que el sacrificio de Cristo fue un sacrificio real, tenía por objeto refutar la teoría sociniana de que la muerte de Cristo no cumple lo que se proponían los sacrificios veterotestamentarios, pero que tampoco lograron—el punto de vista que negaba que la muerte de Cristo haya sido propiciatoria—. Pero aparte de la acción de matar (y esta no la efectúa el ofrendante, como era el caso en el ritual veterotestamentario), todo lo demás se espiritualiza en este sacrificio. En lugar del cuerpo de un animal encontramos el cuerpo del Hijo de Dios (He. 10.5, 10). En lugar de falta de defectos y manchas encontramos falta de pecado (He. 9.14; 1 P. 1.19). En lugar de olor fragante encontramos verdadera aceptabilidad (Ef. 5.2). En lugar de ser rociados con su sangre encontramos perdón (He. 9.13–14, 19–22). En lugar de expiación simbólica encontramos expiación real (He. 10.1–10).



d. Los sacrificios y la Cena del Señor

Los sacrifirios y la Cena del Señor están indisolublemente unidos, pero no, por cierto, en la forma en que los romanistas y otros han tratado de relacionarlos, convirtiendo a la eucaristía en acto de oblación, sino entendiendo que se complementan mutuamente. El hecho de acordar a los términos "hacer" y "memoria" (Lc. 22.19; 1 Co. 11.24–25) sentido técnico de sacrificio equivale a incorporar una idea posterior concebida por quienes han aceptado previamente el sacrificio eucarístico sobre bases no escriturarias. Lo mismo se aplica a la intención de excluir todo significado futuro en los participios "dado" y "derramada" (Mt. 26.28; Mr. 14.24; Lc. 22.19–20). Además, es imposible correlacionar la eucaristía con el sacrificio eterno de Cristo en el cielo si se refuta el sacrificio eterno. Pero el argumento de 1 Co. 10.14–22 (que equipara el Sacrificio de Cristo con las comidas celebratorias de los sacrificios, tanto de judíos como de gentiles), la alusión a Ex. 24.8 en Mt. 26.28 y Mr. 14.24, y la interpretación tradicional de He. 13.10 exigen que consideremos la eucaristía como una fiesta basada en el sacrificio de Cristo. Como en tantos puntos se debe espiritualizar el sacrificio de Cristo, sin duda alguna debemos espiritualizar también el lenguaje relativo a la fiesta basada en su sacrificio, pero sin quitarle su significado. El significado de la comida relacionada con el sacrificio no tenía tanto el sentido de apropiación de la expiación sino el de expresar la comunión con Dios que ella efectuaba, hecho simbolizado mediante una fiesta compartida con Dios en la que se comía la víctima. El punto central de la controversia alrededor de este sacramento radica en determinar si al disfrutar de esta comunión con Dios en realidad participamos de Cristo o de su cuerpo y sangre. Pero como Jn. 6 enseña que todos los que creen en Cristo cuando lo ven, u oyen sus palabras, efectivamente se alimentan de él, de su cuerpo y su sangre, por medio del Espíritu, no parece haber razón para dudar de que lo que ocurre por medio de sus palabras también ocurre por medio del pan y el vino simbólicos que él instituyó, aunque de manera igualmente espiritual.