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Balaam

El nombre Bilaµm aparece 50 veces en Nm. 22–24; se menciona tamb. en Nm. 31.8, 16; Dt. 23.4–5; Jos. 13.22; 24.9–10; Neh. 13.2; Mi. 6.5. En el griego del NT este nombre se escribe Balaam (2 P. 2.15; Jud. 11; Ap. 2.14). En un intento de fechar los oráculos de Balaam en el ss. XII, se trata de explicar el nombre como derivado del amorreo Yabilammu, ‘el tío (divino) trae’, la mayoría de los entendidos deriva el nombre del hebreo baµla, ‘tragar’, comparando el ár. balam, ‘glotón’. Tomando las dos últimas consonantes como representación de am, ‘nación’, Ap. 2.6, 15 tradujo el nombre como Nicolás, ‘el que inflige derrota a la nación.’

El padre de Balaam se llama Beor, pero en contra de su equiparación con Bela hijo de Beor, rey de Edom (Gn. 36.32), hay serias objeciones: uno es en Petor (ac. Pitru, sobre el río Éufrates, 20 km al S de Carquemis); uno está relacionado con Edom, el otro con Moab y Madián.

El relato en Nm. 22 es bastante intrincado. Balac, rey de Moab, llama a Balaam de la tierra de Amav o Amae (BASOR 118, 1950, pp. 15). Los ancianos de Madián en vv. 4, 7 se mencionan tal vez como preludio en Nm. 31.16; no representan ningún papel en el relato posterior. Dios primeramente prohíbe y luego permite a Balaam obedecer el llamado; más tarde todavía el ángel de Dios se opone a su viaje, y después del enfrentamiento entre hombre, bestia, y ángel, a Balaam se le permite reiniciar su viaje. Equivale a una total incomprensión del arte de narrar en la antigüedad oriental desenredar la historia en busca de diferentes hilos. El autor quiere aumentar el suspenso de sus oyentes, para quienes la llegada del adivino (Jos. 13.22), cuyas maldiciones podrían tener un efecto desastroso sobre el futuro de Israel, representaba un peligro mortal. Esa creencia en el obrar mágico de las maldiciones estaba muy extendida, pero los fieles adoradores del Señor creían que Dios podía transformar una maldición humana en bendición; Sal. 109.28, cf. 2 S. 16.12; 1 Cr. 4.9–10; Pr. 26.2. Según Dt. 23.5 y Neh. 13.2 esto es lo que ocurrió con las maldiciones de Balaam, y el relato en Nm. 22–24 ilustra la creencia de Israel de que bajo la protección del Señor ninguna maldición humana u otra forma de magia ha de temerse. Así es, por lo tanto, que tanto Balac como Balaam son ridiculizados, este último especialmente en el episodio con el asno.

Los oráculos de Balaam, insertos en un marco poético que nos recuerda 2 S. 23.1–7, predicen la grandeza futura de Israel bajo David, a quien se hace referencia mediante la estrella que había de salir de Jacob (24.17). Como existe una relación muy fuerte entre la historia en prosa y los oráculos en poesía, parece improbable que los oráculos fueran más antiguos que los relatos en prosa. Todo el conjunto corresponde mejor a la época de David, que subyugó Moab (2 S. 8.2). En ese caso Asur en Nm. 24.22, 24 ha de entenderse no como el imperio asirio, sino como la tribu ár. de Gn. 25.3; Sal. 83.8.

Si bien Nm. 24.25 parece indicar que Balaam regresó a su ciudad, lo encontramos más tarde (Nm. 31.8, 16) entre los madianitas, a quienes aconsejó que indujesen a los israelitas a aceptar el culto de Baal de Peor (Nm. 25). Por esta razón fue muerto, junto con los reyes de los madianitas, por Israel. En el NT su nombre es símbolo de avaricia (2 P. 2.15; Jud. 11) y de participación en cultos e inmoralidad paganos (Ap. 2.14).

Un texto arameo fragmentario escrito en el revestimiento de una pared en Tell Deir Alla en el valle del Jordán alrededor del 700 a.C. relata otra historia sobre Balaam. Aquí aparece mezclado con varios dioses y diosas cuya voluntad hace conocer a un auditorio desobediente. Este texto pone de manifiesto el hecho de que la fama del vidente era más amplia.