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Reconciliación

Cuatro importantes pasajes del NT tratan la obra de Cristo bajo la figura de la reconciliación, a saber Ro. 5.10s; 2 Co. 5.18ss; Ef. 2.11ss; Col. 1.19ss. Los términos griegos de importancia son el sustantivo katallageµ y los verbos katallassoµ y apokatallassoµ. La reconciliación se aplica propiamente, no a las buenas relaciones en general, sino a la anulación de una enemistad, la solución de una disputa. Denota que las partes reconciliadas anteriormente fueron hostiles entre sí. La Biblia nos dice claramente que los pecadores son "enemigos" de Dios (Ro. 5.10; Col. 1.21; Stg. 4.4). Nunca debemos minimizar la seriedad de estos pasajes y otros similares. El enemigo no es alguien que por poco es nuestro amigo, sino alguien ubicado en el campo enteramente opuesto. El NT nos muestra a Dios en vigorosa oposición a todo lo que sea malo.

La forma de terminar con la enemistad es quitar aquello que la causó. Podemos pedir disculpas por la palabra dicha sin reflexión, podemos pagar el dinero que debemos, podemos llevar a cabo la reparación o restitución que corresponde. Pero en todos los casos, en el camino a la reconciliación se encuentra una efectiva eliminación de la causa de la enemistad. Cristo murió para anular nuestros pecados (Salvación). De esta manera se ocupó él de la enemistad entre el hombre y Dios. La quitó del camino. Abrió ampliamente el camino para que los hombres pudieran volver a Dios. Es esto lo que se describe por medio del término "reconciliación".

Es interesante notar que ningún pasaje neotestamentario habla de que Cristo haya reconciliado a Dios con el hombre. Invariablemente se pone el acento en que es el hombre el que se reconcilia. Esto es muy importante para entender la naturaleza de lo que nos ocupa. Es el pecado del hombre lo que ha habido que solucionar. Es al hombre al que se llama, en las palabras de 2 Co. 5.20, a que se "reconcilie con Dios". Algunos estudiosos parten de esto para sugerir que las actividades de reconciliación de Cristo se relacionan solamente con el hombre. Pero es difícil armonizar esto con la posición general del NT. Lo que creó la barrera fue la demanda de rectitud en el hombre por parte de la santidad de Dios. El hombre, cuando está en libertad de elegir, se conforma con olvidar el pasado, y no se preocupa mayormente por su pecado. Por cierto que no siente hostilidad hacia Dios por culpa de su pecado. En consecuencia, cuando se ha efectuado la reconciliación, es imposible decir que está completamente dirigido hacia el hombre y no hacia Dios también, en algún sentido. Tiene que haber un cambio por parte de Dios, si todo lo que envuelven expresiones como "la ira de Dios" ya no se dirige más al hombre.

Esto no significa que haya habido cambio alguno en el amor de Dios. La Biblia nos dice muy claramente que el amor que Dios siente hacia el hombre nunca varía, a pesar de lo que el hombre pueda hacer. Por cierto que toda la obra expiatoria de Cristo surge del gran amor de Dios. Fue "siendo aún pecadores" que "Cristo murió por nosotros" (Ro. 5.8). Se trata de una verdad que debemos guardar celosamente. Pero, al mismo tiempo, no debemos llegar al punto de sostener que la reconciliación es un proceso puramente subjetivo. En cierto sentido la reconciliación se realiza fuera del hombre, antes que haya ocurrido nada dentro de él. Pablo puede hablar de Cristo, "por quien hemos recibido ahora la reconciliación" (Ro. 5.11). Una reconciliación que puede ser "recibida" debe ser ofrecida (y por consiguiente en algún sentido lograda) antes de que pueda recibirla el hombre. En otras palabras, debemos pensar que la reconciliación tiene efectos que se manifiestan hacia el hombre como hacia Dios.