Este vocablo aparece en el AT como traducción de términos del grupo kpr, principalmente, y una vez en el NT (donde otras versículos prefieren "ofrenda", "sacrificio"). Denota la obra de Cristo de resolver el problema planteado por el pecado del hombre, como también la de llevar a los pecadores a una relación correcta con Dios.
I. La necesidad de la expiación
La necesidad de la expiación surge de tres hechos, la universalidad del pecado, la tremenda seriedad del pecado, y la incapacidad del hombre para solucionar el problema que el mismo plantea. El primer punto se comprueba en muchas partes: "No hay hombre que no peque" (1 R. 8.46); "no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno" (Sal. 14.3); "ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque" (Ec. 7.20). Jesús le dijo al joven rico que "ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios" (Mr. 10.18), y Pablo escribe que "todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Ro. 3.23). Se podría citar muchos otros pasajes.
Las serias consecuencias del pecado se ven en pasajes que muestran la aversión de Dios hacia él. Habacuc ora diciendo "muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio" (Hab. 1.13). El pecado nos separa de Dios (Is. 59.2; Pr. 15.29). Jesús dijo que un pecado, la blasfemia contra el Espíritu Santo, no será perdonado jamás (Mr. 3.29), y de Judas dijo que "bueno le fuera a ese hombre no haber nacido" (Mr. 14.21). A los colosenses Pablo les dijo que antes de ser salvos eran "extraños y enemigos en [su] mente, haciendo malas obras" (Col. 1.21). Al pecador no arrepentido le espera "una horrenda expectación de juicio, y el hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios" (He. 10.27).
El hombre no puede resolver el problema. No puede mantener oculto su pecado (Nm. 32.23), ni tampoco purificarse a sí mismo (Pr. 20.9). Ninguna obra de la ley jamás hará posible que el hombre se presente delante de Dios justificado (Ro. 3.20; Gá. 2.16). Si el hombre tiene que depender de sí mismo jamás se salvará. Quizá la prueba más clara de esto lo constituya el hecho mismo de la expiación. Si el Hijo de Dios vino al mundo a salvar a los hombres, luego los hombres eran pecadores y su situación era realmente seria.
II. La expiación en el Antiguo Testamento
Dios y el hombre, por lo tanto, están irremediablemente apartados entre sí por el pecado del hombre, y por el lado del hombre no hay modo de resolver el problema. Pero Dios proporciona el medio. En el AT generalmente se afirma que la expiación se logra mediante los sacrificios, pero jamás debe olvidarse que Dios dice, en cuanto a la sangre de la expiación, "yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas" (Lv. 17.11). La expiación se logra, no por algún valor inherente en la víctima del sacrificio, sino porque el sacrificio es el modo divinamente señalado para obtener la expiación. Los sacrificios señalan ciertas verdades relativas a la expiación. Así, la víctima tenía que ser invariablemente sin mancha, lo cual indica la necesidad de la perfección. Las víctimas costaban algo, por cuanto la expiación nunca es barata, y el pecado jamás debe tomarse ligeramente. La muerte de la víctima era el aspecto importante. Esto se destaca en parte por las alusiones a la sangre, en parte mediante el carácter general del rito mismo, y en parte mediante otras referencias a la expiación. Hay varias alusiones a la expiación, ya sea efectuadas o contempladas por medios diferentes a los cúlticos, y en los casos en que se refieren al problema señalan la muerte como el camino. Así en Ex. 32.30–32 Moisés procura hacer una expiación por el pecado del pueblo, y lo hace pidiéndole a Dios que lo elimine del libro que ha escrito. Finees hizo expiación matando a ciertos transgresores (Nm. 25.6–8, 13). Podrían citarse otros pasajes. Resulta claro que en el AT se reconocía que la muerte era la pena por el pecado (Ez. 18.20), pero que Dios en su gracia permitía que una víctima ofrecida en sacrificio reemplazara al pecador que debía morir. Tan clara es la relación que el escritor de la Epístola a los Hebreos puede resumirlo diciendo que "sin derramamiento de sangre no se hace remisión" (He. 9.22).
III. La expiación en el Nuevo Testamento
El NT adopta la línea de que los sacrificios de la antigüedad no constituían la causa fundamental del apartamiento de los pecados. La redención se ha de obtener, aun "de las transgresiones que había bajo el primer pacto", sólo por la muerte de Cristo (He. 9.15). La cruz ocupa un lugar absolutamente central en el NT, y, más aun, en toda la Biblia. Todo lo que viene antes de la cruz conduce a ella. Todo lo que viene después vuelve la mirada hacia ella. Siendo que ocupa el lugar crítico, no es de sorprender que haya una gran cantidad de enseñanzas acerca de ella. Los escritores del NT, que escriben desde diferentes perspectivas, y con diversos enfoques, nos ofrecen una serie de facetas sobre la expiación. No encontramos la repetición de una línea de enseñanza estereotipada. Cada cual escribe como ve. Algunos vieron más, y más profundamente que otros. Pero no vieron algo distinto. En lo que sigue hemos de considerar primeramente lo que podríamos llamar la enseñanza básica común acerca de la expiación, y luego parte de la información que debemos a uno u otro de los teólogos neotestamentarios.
a. Revela el amor de Dios hacia los hombres
Todos están de acuerdo en que la expiación procede del amor de Dios. No es algo arrancado a un Padre severo y poco dispuesto, totalmente justo pero totalmente inflexible, por un Hijo amante. La expiación nos muestra el amor del Padre tanto como el amor del Hijo. Pablo nos ofrece la exposición clásica de esto cuando dice: "Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (Ro. 5.8). En el texto más conocido de la Biblia encontramos que "de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito …" (Jn. 3.16). En los evangelios sinópticos se destaca que "era necesario" que el Hijo del Hombre sufriese (Mr. 8.31). Es decir, la muerte de Cristo no fue un accidente: tenía su razón de ser en una necesidad divina compulsiva. Esto lo vemos también en la oración del Señor en Getsemaní de que se cumpliese la voluntad del Padre (Mt. 26.42). De igual manera, en Hebreos leemos que fue "por la gracia de Dios" que Cristo gustó la muerte por todos nosotros (He. 2.9). Este pensamiento recorre todo el NT, y debemos tenerlo muy presente cuando reflexionamos sobre el modo de la expiación.
b. El aspecto sacrificial de la muerte de Cristo
Otro pensamiento que aparece repetidamente es el de que la muerte de Cristo es una muerte por el pecado. No se trata simplemente de que ciertos hombres perversos se levantaron contra él. No es que sus enemigos hayan conspirado en contra de él y que él no pudo oponérseles. "Fue entregado [a la muerte] por nuestros pecados" (Ro. 4.25). Vino específicamente a morir por nuestros pecados. Su sangre "por muchos es derramada para remisión de los pecados" (Mt. 26.28). Efectuó "la purificación de nuestros pecados" (He. 1.3). "Llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero" (1 P. 2.24). "Él es la propiciación por nuestros pecados" (1 Jn. 2.2). Jamás se entenderá la cruz de Cristo a menos que se vea que en ella el Salvador se estaba ocupando de los pecados de toda la humanidad.
Al hacer esto dio cumplimiento a todo aquello a lo cual apuntaban los antiguos sacrificios, y a los escritores del NT les deleita pensar en su muerte como un sacrificio. Jesús mismo se refirió a su sangre como "sangre del nuevo pacto" (Mr. 14.24), lo cual nos lleva a los ritos en torno a los sacrificios para su comprensión. Más aun, buena parte del lenguaje que se usa en la institución de la santa Cena está relacionado con los sacrificios, apuntando al sacrificio que debía llevarse a cabo en la cruz. Pablo nos dice que Cristo "nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante" (Ef. 5.2). En ocasiones puede referirse, no a los sacrificios en general, sino a un sacrificio específico, como en 1 Co. 5.7: "Porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros." Pedro habla de "la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación" (1 P. 1.19), lo cual indica que en un aspecto la muerte de Cristo fue un sacrificio. Además, en el Evangelio de Juan leemos las palabras de Juan el Bautista: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn. 1.29). El sacrificio era el rito religioso prácticamente universal del siglo I. Dondequiera que hubiese hombres y cualquiera fuese su fondo histórico, percibían una alusión al sacrificio. Los escritores del NT hicieron uso de esto, y se valieron de terminología relativa al sacrificio para destacar lo que Cristo había hecho por los hombres. Todo lo que los sacrificios señalaban, y más todavía, Cristo lo había cumplido plenamente.
c. El carácter representativo de la muerte de Cristo
La mayoría de los entendidos está de acuerdo en que la muerte de Cristo fue vicaria. Si en un sentido murió "por el pecado", en otro murió "por nosotros". Pero es mejor buscar mayor precisión. La mayoría de los eruditos acepta hoy el punto de vista de que la muerte de Cristo es representativa. Es decir, no es que Cristo haya muerto y que de algún modo los beneficios de esta muerte estén a disposición de los hombres (¿acaso no fue Anselmo el que preguntó a quién si no a nosotros podían asignarse más adecuadamente?). Se trata más bien de que murió específicamente por nosotros. Era nuestro representante cuando colgaba de la cruz. Esto se expresa sucintamente en 2 Co. 5.14: "Uno murió por todos, luego todos murieron." La muerte del representante cuenta como la muerte de aquellos a los cuales representa. Cuando se dice que Cristo es nuestro "abogado … para con el Padre" (1 Jn. 2.1) tenemos allí el pensamiento claro de representación, y como el pasaje de inmediato pasa a ocuparse de su muerte por el pecado resulta pertinente para nuestro propósito. La Epístola a los Hebreos tiene como uno de sus temas principales el de Cristo como nuestro gran Sumo sacerdote. El pensamiento se repite vez tras vez. Ahora bien, aparte de todo lo demás que pueda decirse de un sumo sacerdote, es evidente que representa a los hombres. Por lo tanto, puede decirse que el pensamiento de la representación es muy fuerte en esta epístola.
d. La enseñanza sobre la sustitución en el Nuevo Testamento
¿Podemos decir algo más, sin embargo? Entre muchos eruditos modernos (aunque no todos por cierto) no hay mucha disposición a usar el lenguaje más antiguo vinculado con la sustitución. No obstante, esta parece ser la enseñanza del NT, y esto no en uno o dos lugares únicamente, sino en todas partes. En los evangelios sinópticos se encuentra el gran dicho sobre el rescate: "El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (Mr. 10.45). Tanto los detalles ("rescate" tiene connotación sustitutoria, y anti, ‘por’, es la preposición que indica sustitución) como el pensamiento general del pasaje (los hombres deberían morir, Cristo muere en lugar de ellos, los hombres ya no mueren) hablan de la sustitución. Esta misma verdad la indican pasajes que hablan de Cristo como el Siervo sufriente, Is. 53, porque de él se dice que "herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados … Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros" (Is. 53.5s). El retraimiento de Cristo en Getsemaní apunta en el mismo sentido. Jesús tenía valor, y muchas personas menos dignas que él han hecho frente a la muerte con calma. La agonía parece no tener explicación si no es por los motivos que da a conocer Pablo, de que por nosotros "al que no conoció pecado" "Dios lo hizo pecado" (2 Co. 5.21). En su muerte ocupó nuestro lugar, y su alma santa se retrajo ante esta identificación con los pecadores. Pareciera, también, que nada menos que esto da significado al grito de desamparo: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mr. 15.34).
Pablo nos dice que "Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición" (Gá. 3.13). Él llevó nuestra maldición, lo que no es sino otro modo de hablar de sustitución. El mismo pensamiento sirve de base a Ro. 3.21–26, donde el apóstol elabora el pensamiento de que la justicia de Dios se manifiesta en el procedimiento mediante el cual se perdona el pecado, o sea, la cruz. No está diciendo, como han pensado algunos, que la justicia de Dios se manifiesta en el hecho de que el pecado recibe perdón, sino que se muestra en el modo en que se lo perdona. La expiación no consiste en pasar por alto el pecado como se había hecho anteriormente (Ro. 3.25). La cruz muestra que Dios es justo, al tiempo que nos lo muestra justificando a los creyentes. Esto tiene que significar que la justicia de Dios se vindica por la forma en que se resuelve la cuestión del pecado. Y esto parecería ser otra forma de decir que Cristo llevó la pena de los pecados de los hombres. Este es también el pensamiento en pasajes como He. 9.28; 1 P. 2.24 que se refieren al hecho de que Cristo llevó los pecados. El significado del acto de llevar el pecado lo aclaran varios pasajes del AT en los que el contexto demuestra que se refieren a la idea de llevar la pena o cargar con ella. Por ejemplo, en Ez. 18.20 leemos: "El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará (Hebreo ‘cargará’) el pecado del padre…", y en Nm. 14.34 se describe la peregrinación por el desierto como un llevar o cargar las iniquidades. El hecho de que Cristo haya llevado nuestro pecado significa, entonces, que cargó con nuestra pena.
La sustitución sirve de base a la afirmación en 1 Ti. 2.6 de que Cristo "se dio a sí mismo en rescate por muchos". antilytron, traducido "rescate", es un compuesto fuerte que significa "rescate sustitutorio". También se lo define como "lo que se da a cambio de otro como precio de su redención". Es imposible vaciar al vocablo de sus asociaciones sustitutorias. Un pensamiento similar sirve de fondo al relato que hace Juan de la cínica profecía de Caifás: "Nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca" (Jn. 11.50). Para Caifás se trataba de una mera conveniencia política, pero Juan ve en ella una profecía de que Cristo moriría en lugar del pueblo.
Es este un formidable conjunto de pruebas (y no es exhaustivo). Frente al mismo parecería imposible negar que la sustitución es uno de los hilos para la comprensión neotestamentaria de la obra de Cristo.
e. Otros aspectos neotestamentarios de la expiación
Los mencionados son los puntos principales que se atestiguan en todo el NT. Otros conceptos importantes aparecen en los escritores individuales (lo cual no significa, desde luego, que no han de ser aceptados en igual medida; se trata simplemente de un método de clasificación). Así Pablo ve en la cruz el medio de liberación. El hombre está naturalmente esclavizado al pecado (Ro. 6.17; 7.14). Pero en Cristo el hombre es hecho libre (Ro. 6.14, 22). De igual modo, por medio de Cristo los hombres son librados de la carne, "han crucificado la carne" (Gá. 5.24), no "militan" según la carne (2 Co. 10.3), esa carne cuyo "deseo … es contra el Espíritu" (Gá. 5.17), y que, aparte de Cristo, lleva a la muerte (Ro. 8.13). Los hombres están bajo la ira de Dios a causa de su propia injusticia (Ro. 1.18), pero Cristo libra de esto también. Los creyentes son "justificados en su sangre", y así serán "salvos de la ira" de Dios (Ro. 5.9). La ley (el Pentateuco, y por consiguiente la totalidad de las Escrituras judaicas) puede considerarse de muchas maneras. Pero considerada como medio de salvación resulta desastrosa. Le muestra al hombre su pecado (Ro. 7.7), y, al entrar en una alianza impía con el pecado, lo mata (Ro. 7.9–11). El resultado final es que "todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición" (Gá. 3.10). Pero "Cristo nos redimió de la maldición de la ley" (Gá. 3.13). Para los hombres de la antigüedad la muerte era un enemigo encarnizado contra el cual nadie salía airoso. Pero Pablo canta un himno de triunfo en Cristo, quien ofrece victoria incluso sobre la muerte (1 Co. 15.55–57). Resulta abundantemente claro que Pablo ve en Cristo un poderoso Libertador.
La expiación tiene muchos aspectos positivos. Nos limitaremos a mencionar cosas tales como la redención, la reconciliación, la justificación, la adopción y la propiciación. Estos son grandes conceptos que significan mucho para Pablo. En algunos casos él es el primer cristiano del que tengamos conocimiento que haya hecho uso de ellos. Es evidente que pensaba que Cristo había hecho grandes cosas para su pueblo mediante su muerte expiatoria.
Para el escritor de la Epístola a los Hebreos el gran pensamiento es el de Cristo como nuestro gran Sumo sacerdote. Elabora plenamente el concepto del carácter único y definitivo de la ofrenda hecha por Cristo. A diferencia del modo establecido en los altares judaicos, y de la forma en que oficiaban los sacerdotes de la línea aarónica, el modo establecido por Cristo con su muerte tiene validez permanente. Jamás será modificado. Cristo ha resuelto en forma plena el pecado del hombre.
En los escritos de Juan tenemos el pensamiento de Cristo como revelación especial del Padre. Es el que ha sido enviado por el Padre, y todo lo que hace debe interpretarse a la luz de dicho hecho. De modo que Juan ve a Cristo como el que vence en un conflicto con las tinieblas, como el que derrota al maligno. Tiene mucho que decir en cuanto al desenvolvimiento de los propósitos de Dios en Cristo. Ve la verdadera gloria en la humilde cruz sobre la que se efectuó una obra tan poderosa.
De todo esto resulta evidente que la expiación es un tema vasto y profundo. Los escritores del NT luchan con las imperfecciones del lenguaje en su esfuerzo por presentarnos lo que significa este gran acto divino. Por cierto que hay mucho más de lo que hemos podido indicar aquí. Pero todos los puntos que hemos destacado son importantes, y ninguno debe descuidarse. Tampoco hemos de pasar por alto el hecho de que la expiación representa algo más que un hecho negativo. Nos hemos ocupado de insistir en el lugar que ocupa el sacrificio que de sí mismo hizo Cristo para eliminar el pecado. Pero esto abre el camino a una nueva vida en Cristo. Y esa nueva vida, fruto de la expiación, no debe considerarse como un detalle insignificante. Es aquello a lo cual todo, lo demás conduce.