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Predicación

Predicación En el NT la predicación es "la proclamación pública del cristianismo al mundo no cristiano". No se trata de un discurso religioso a un grupo cerrado de iniciados, sino una abierta y pública proclamación de la actividad redentora de Dios en y por medio de Jesucristo. La concepción popular actual de la predicación como exposición bíblica y exhortación ha tendido a oscurecer su significado.



I. Los términos bíblicos

La elección de los verbos en el NT griego para la actividad de predicar nos lleva de vuelta a su sentido original. El más característico de ellos (que aparece más de sesenta veces) es keµryssoµ, ‘proclamar como heraldo’. En el mundo antiguo el heraldo era una figura de considerable importancia. Hombre de integridad y carácter, estaba al servicio del rey o el estado para hacer las proclamaciones públicas. Predicar es hacer las veces de heraldo; el mensaje que se proclama constituye las buenas nuevas de salvación. Mientras keµryssoµ nos dice algo acerca de la actividad de predicar, euangelizomai, ‘’traer buenas nuevas’ (del primitivo eus, ‘bueno’, y el verbo angelloµ, ‘anunciar’), verbo común, que se emplea más de cincuenta veces en el NT, realza la calidad del mensaje en sí. Es digno de tener en cuenta que algunas versiones no han traducido los verbos diangelloµ, laleoµ, katangelloµ y dialegomai como "predicar". Esto nos ayuda a destacar más claramente el significado básico de la predicación.

Es común hacer una distinción entre predicación y enseñanza: entre keµrygma (proclamación pública) y didajeµ (instrucción ética). Es interesante estudiar los versículos de Mateo que resumen el ministerio galileo de Jesús: "recorrió Jesús toda Galilea, enseñando… predicando… y sanando" (Mt. 4.23), y las palabras de Pablo en Ro. 12.6–8 y 1 Co. 12.28 sobre los dones del Espíritu. Si bien estas dos actividades, consideradas idealmente, son diferentes, ambas tienen como base el mismo fundamento. El keµrygma proclama lo que Dios ha hecho; la didajeµ enseña su aplicación en la conducta cristiana.

Aunque hemos definido la predicación dentro de límites estrechos a fin de dar énfasis a su significado neotestamentario esencial, esto no quiere decir que no tenga precedentes en el AT. Por cierto que los profetas hebreos, en la medida en que proclamaban el mensaje de Dios impulsados divinamente, fueron antecesores del heraldo apostólico. Jonás tenía que "predicar" (LXX keµryssoµ; hebreo qaÆraÆ<, ‘llamar’) e, incluso, a Noé se lo describe como "predicador (keµryx; "pregonero") de justicia" (2 P. 2.5). La LXX emplea keµryssoµ más de treinta veces, tanto en el sentido secular de la proclamación oficial para el rey, como en el sentido más religioso de proclamación profética (Jl. 1.14; Zac. 9.9; Is. 61.1).



II. Rasgos neotestamentarios

Quizás el rasgo más prominente de la predicación neotestamentaria sea el sentido de compulsión divina. Mr. 1.38 nos dice que Jesús no volvió a aquellos que buscaban sus poderes de curación, sino que siguió adelante, dirigiéndose a otras ciudades con el fin de predicar también allí: "porque para esto he venido". Pedro y Juan respondieron a las restricciones del sanedrín diciendo, "no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído (Hch. 4.20). "¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!" exclama el apóstol Pablo (1 Co. 9.16). Este sentido de compulsión es el sine qua non de la verdadera predicación. La predicación no es una desapasionada recitación de verdades moralmente neutras; es Dios mismo que aparece en escena y enfrenta al hombre con una demanda de decisión. Esta clase de predicación encuentra oposición. En 2 Co. 11.23–28 Pablo enumera sus sufrimientos en aras del evangelio.

Otra característica de la predicación apostólica es la trasparencia de su mensaje y motivo. Desde el momento en que para predicar es preciso tener fe, es vitalmente importante que los puntos que se presentan no se vean oscurecidos con la elocuente sabiduría ni las palabras grandilocuentes del predicador (1 Co. 1.17; 2.1–4). Pablo se rehusó a aplicar astucia o a adulterar la Palabra de Dios, sino que procuró recomendarse a la conciencia de cada hombre por medio de la franca declaración de la verdad (2 Co. 4.2). La completa revolución que se produce dentro del corazón y la mente del hombre, y que constituye el nuevo nacimiento, no se origina en la influencia persuasiva de la retórica, sino en la abierta presentación del evangelio en toda su simplicidad y poder.



III. La naturaleza esencial de la predicación

Los evangelios nos muestran característicamente a Jesús como el que "anunciaba el reino de Dios". En Lc. 4.16–21 Jesús interpreta su ministerio como el cumplimiento de la profecía de Isaías acerca de la llegada de un Mesías-siervo, por medio del cual por fin se haría realidad el reino de Dios. Este reino se entiende mejor como el "gobierno real" o la "acción soberana" de Dios. Solamente en forma secundaria se refiere a un reino o a los que forman ese reino. El contenido básico del keµrygma de Jesús es que la soberanía eterna de Dios estaba invadiendo en ese momento el dominio de los poderes malignos, y que estaba obteniendo una victoria decisiva.

Cuando vamos de los sinópticos al resto del NT notamos un significativo cambio en la terminología. En lugar del "reino de Dios" encontramos a "Cristo" como el contenido del mensaje que se predica. Esto se expresa de diferentes maneras: como el "Cristo crucificado" (1 Co. 1.23); "Cristo … resucitado" (1 Co. 15.12), "el Hijo de Dios, Jesucristo" (2 Co. 1.19); o "Jesucristo como Señor" (2 Co. 4.5). Este cambio de énfasis se explica por el hecho de que Cristo es el reino. Los judíos esperaban el establecimiento universal del reinado soberano de Dios, a saber su reino: la muerte y la resurrección de Cristo constituían el acto decisivo de Dios por medio del cual se efectivizó su soberanía eterna en la historia humana. Con el desenvolvimiento de la historia de la redención la iglesia apostólica pudo proclamar el reino en los términos más claros de decisión con respecto al Rey. Predicar a Cristo es predicar el reino.

Uno de los avances más importantes de la erudición neotestamentaria ha sido la cristalización del keµrygma primitivo que se ha hecho. Si seguimos su enfoque (comparando los primeros discursos en el libro de Hechos con los fragmentos prepaulinos relativos al credo en las epístolas de Pablo) pero interpretando los datos con un énfasis ligeramente diferente, veremos que el mensaje apostólico fue "una proclamación de la muerte, resurrección y exaltación de Jesús, que condujo a evaluar su persona como Señor y Cristo, enfrentando al hombre con la necesidad de arrepentirse, y con la promesa del perdón de pecados".

Podemos entender mejor lo que realmente es la predicación en función de su relación con el tema más amplio de la revelación. La revelación consiste esencialmente en comprender la explicación que de sí mismo hace Dios, mediante la respuesta de la fe. Como el Calvario es la suprema autorrevelación de Dios, el problema es ¿cómo puede Dios revelarse a sí mismo en el presente por medio de una acción pasada? La respuesta es: por medio de la predicación, porque la predicación es el nexo perdurable entre el acto redentor de Dios y su captación por el hombre. Es el medio por el cual Dios contemporiza su histórica autorrevelación en Cristo, y ofrece al hombre la oportunidad de responder con fe.