I. Vocabulario bíblico
La voz "predestinar" viene del latín praedestino, que emplea la Vulgata para traducir el griego prohorizoµ. Otras versiones traduce prohorizoµ como "predestinar" en Ro. 8.29–30; 1 Co. 2.7; Ef. 1.5, 12; y "determinar" en Hch. 4.28.
Prohorizoµ, que el NT utiliza solamente con Dios como sujeto, expresa la idea de establecer de antemano (pro-) una situación para una persona, o una persona para una situación. El NT emplea otros compuestos de pro- en sentido similar: (1) protassoµ, arreglar de antemano, ‘prefijar’ (Hch. 17.26); (2) protithemai, ‘proponer’ (Ef. 1.9; para una propuesta humana, Ro. 1.13; el uso del sustantivo relacionado prothesis, ‘propósito’, Ro. 8.28; 9.11; Ef. 1.11; 3.11; 2 Ti. 1.9); (3) prohetoimazoµ, ‘preparar de antemano’ (Ro. 9.23; Ef. 2.10); (4) projeirizoµ, ‘anunciar, escoger de antemano’ (Hch. 3.20; 22.14); (5) projeirotoneoµ, ‘ordenar de antemano’ (Hch. 10.41). problepoµ, ‘prever’, comunica el sentido del preordenamiento efectivo de Dios en Gá. 3.8; He. 11.40, como lo muestra el contexto. También lo hace proginoµskoµ, ‘conocer de antemano’ (Ro. 8.29; 11.2; 1 P. 1.20) y el sustantivo relacionado prognoµsis (1 P. 1.2; Hch. 2.23). A veces se comunica el mismo sentido por medio de los verbos no compuestos tassoµ (Hch. 13.48; 22.10) y horizoµ (Lc. 22.22; Hch. 2.23), el primero de los cuales indica una precisa colocación en orden, y el último un señalamiento preciso. Este vocabulario tan variado bien sugiere las diferentes facetas de la idea expresada.
El NT formula de otra manera el pensamiento de la preordenación divina, al decirnos que lo que motiva y determina las acciones de Dios en su mundo, y entre ellas, la suerte y el destino que asigna a los hombres, es su propia voluntad (sustantivos, bouloµ, Hch. 2.23; 4.28; Ef. 1.11; He. 6.17; bouloµma Ro. 9.19; theleµma, Ef. 1.5, 9, 11; theleµsis, He. 2.4; verbos, boulomai, He. 6.17; Stg. 1.18; 2 P. 3.9; theloµ, Ro. 9.18, 22; Col. 1.27), o "el puro afecto de su voluntad", "beneplácito" (sustantivo, eudokia, Ef. 1.5, 9; Mt. 11.26; verbo, eudokeoµ, Lc. 12.32; 1 Co. 1.21; Gá. 1.15; Col. 1.19), su propia y deliberada resolución previa. No se trata, por supuesto, del único sentido en que el NT habla de la voluntad de Dios. La Biblia considera que el propósito de Dios para los hombres está expresado tanto en los mandamientos que les ha revelado, como en el ordenamiento de sus circunstancias. De este modo, su "voluntad" en las Escrituras abarca su ley y sus planes; de allí surge el uso de algunos de los términos mencionados con respecto a determinadas demandas divinas (por ejemplo bouloµ, Lc. 7.30; theleµma, 1 Ts. 4.3; 5.18). Pero en los textos mencionados en lo que antecede es el plan de Dios para los acontecimientos lo que está en consideración, y a esto se refiere la predestinación.
Faltan palabras en el AT para expresar la idea de predestinación en forma abstracta y generalizada, pero a menudo expresa la idea de que Dios se propone, determina, u ordena ciertas cosas, en contextos que llaman la atención sobre la absoluta prioridad e independencia de sus propósitos en relación con la existencia o la realización de lo que se propone (Sal. 139.16; Is. 14.24–27; 19.17; 46.10s; Jer. 49.20; Dn. 4.24s).
El uso del grupo de palabras neotestamentarias favorece la práctica tradicional de definir la predestinación en función del propósito de Dios con respecto a las circunstancias y el destino de los hombres. Podemos resumir más convenientemente los aspectos más amplios de su plan y gobierno cósmicos bajo el título general de providencia. Sin embargo, para captar el significado de la predestinación tal como lo presenta la Escritura es preciso ubicarla en su lugar en los planes totales de Dios.
II. Presentación biblica
a. En el Antiguo Testamento
El AT presenta a Dios, el Creador, como un ser personal, poderoso, que tiene metas concretas; y nos asegura que así como su poder es ilimitado, también sus metas o propósitos se cumplirán indefectiblemente (Sal. 33.10s; Is. 14.27; 43.13; Job 9.12; 23.13; Dn. 4.35). Él es Señor en todas las situaciones, que ordena y encamina todas las cosas hacia el fin para el cual han sido creadas (Pr. 16.4), y determina todos los acontecimientos, grandes y pequeños, desde el pensamiento de los reyes (Pr. 21.1), y las palabras y hechos premeditados de todos los hombres (Pr. 16.1, 9), hasta la aparentemente casual caída de una suerte (Pr. 16.33). Nada de lo que Dios se propone le es demasiado difícil (Gn. 18.14; Jer. 32.17); la idea de que la oposición organizada del hombre de alguna manera podría torcer sus planes es simplemente absurda (Sal. 2.1–4). La profecía de Isaías amplía más claramente que ninguno de los otros libros del AT la idea del plan de Dios como factor decisivo en la historia. Isaías hace notar que los propósitos de Dios son eternos, que Yahvéh ha planeado "desde tiempos antiguos", "desde el principio", los acontecimientos presentes y futuros (Is. 22.11; 37.26; 44.6–8; 46.10s), y que, justamente porque es él, y no otro, el que ordena todos los acontecimientos (Is. 44.7), nada puede evitar que ocurra lo que ha predicho (Is. 14.24–27; 44.24–45.25; 1 R. 22.17–38; Sal. 33.10s; Pr. 19.21; 21.30). La capacidad de Yahvéh para predecir que van a suceder cosas aparentemente increíbles prueba su pleno control de la historia, mientras que la incapacidad de los ídolos de predecirlas demuestra que no tienen control alguno sobre ella (Is. 44.6–8; 45.21; 48.12–14).
A veces parecería que Yahvéh reacciona, ante ciertas situaciones, como si no las hubiera previsto (por ejemplo cuando se arrepiente, y rectifica su acción anterior, Gn. 6.5; Jer. 18.8, 10; 26.3, 13; Jl. 2.13; Jon. 4.2). Pero por el contexto bíblico resulta claro que el propósito de dichos antropomorfismos, y lo que los mismos quieren destacar, es simplemente que el Dios de Israel es un Dios realmente personal, y no arrojar dudas sobre si realmente preordena y rige los asuntos humanos.
El que Yahvéh gobierna teleológicamente la historia humana a fin de llevar a cabo sus propios propósitos, predestinados para el bienestar de la humanidad, surge claramente de la historia bíblica ya en el protoevangelio (Gn. 3.15), y en la promesa a Abraham (Gn. 12.3). El tema se va desenvolviendo por medio de las promesas, dadas en el desierto, de prosperidad y protección en Canaán (Dt. 28.1–14), y de los cuadros proféticos de la gloria mesiánica que sucedería a la obra divina de juzgamiento (Is. 9.1ss; 11.1ss; Jer. 23.5ss; Ez. 34.20ss; 37.21ss; Os. 3.4s, etc.); y llega a su punto máximo en la visión de Daniel, en la que Dios determina los momentos de grandeza y de decadencia de los imperios mundiales a fin de establecer el gobierno del Hijo del hombre (Dn. 7; 2.31–45). No sería posible proponer con alguna seriedad una escatología global de este orden, salvo que se adopte como presuposición el que Dios sea Señor absoluto de la historia, que prevé y preordena todo su curso.
Es en función de esta visión de la relación entre Dios y la historia de la humanidad que el AT describe la elección divina de Israel como pueblo de su pacto, y objeto e instrumento de su obra de salvación. Esta elección fue inmerecida (Dt. 7.6s; Ez. 16.1ss), y fruto, exclusivamente, de su gracia. Fue hecha con un propósito; Israel recibió un destino, el de ser bendecida, y de esa manera convertirse en bendición para las demás naciones (Sal. 67; Is. 2.2–4; 11.9ss; 60; Zac. 8.20ss; 14.16ss). Sin embargo, por el momento era exclusiva; la selección de Israel significaba que las otras naciones habían sido deliberadamente dejadas de lado (Dt. 7.6; Sal. 147.19s; Am. 3.2; Ro. 9.4; Ef. 2.11s). Durante más de un milenio Dios los mantuvo fuera del pacto, y solamente fueron objeto de sus juicios punitorios por sus crímenes nacionales (Am. 1.3–2.3), y por su mala disposición para con el pueblo elegido (Is. 13–19, etc.).
b. En el Nuevo Testamento
Los escritores neotestamentarios aceptan sin reservas el testimonio veterotestamentario de que Dios es el soberano Señor de los acontecimientos, que dirige la historia para dar cumplimiento a sus propósitos. Su invariable insistencia en el hecho de que el ministerio de Cristo y la dispensación cristiana representaban el cumplimiento de las profecías bíblicas, pronunciadas siglos antes (Mt. 1.22; 2.15, 23; 4.14; 8.17; 12.17ss; Jn. 12.38ss; 19.24, 28, 36; Hch. 2.17ss; 3.22ss; 4.25ss; 8.30ss; 10.43; 13.27ss; 15.15ss; Gá. 3.8; He. 5.6; 8.8ss; 1 P. 1.10ss, etc.), y que el objetivo último de Dios al inspirar las Escrituras hebreas fue el de instruir a los creyentes cristianos (Ro. 15.4; 1 Co. 10.11; 2 Ti. 3.15ss), es prueba suficiente de ello. (Nótese que ambas convicciones derivan de nuestro Señor mismo: Lc. 18.31ss; 24.25ss, 44ss; Jn. 5.39.) Rasgo nuevo, sin embargo, es que la idea de la elección, que ahora se aplica no al Israel nacional, sino a los creyentes cristianos, se individualiza en forma consistente (Sal. 65.4), y se le asigna una referencia pretemporal. El AT asimila la elección al "llamamiento" histórico de Dios (Neh. 9.7), pero el NT distingue netamente ambas cosas al representar la elección como el acto de Dios de predestinar a los pecadores a la salvación en Cristo "antes de la fundación del mundo" (Ef. 1.4; Mt. 25.34; 2 Ti. 1.9), acto correlativo con su preconocimiento de Cristo "desde antes de la fundación del mundo" (1 P. 1.20). El concepto neotestamentario invariable es que toda la gracia salvadora dada a los hombres en el tiempo (conocimiento del evangelio, comprensión del mismo como también la capacidad para responder al mismo, preservación y gloria final) emana de la elección divina en la eternidad.
El lenguaje de Lucas en el relato de Hechos es un extraordinario testimonio de su creencia de que la salvación es fruto de una gracia preventiva (2.47; 11.18, 21–23; 14.27; 15.7ss; 16.14; 18.27), otorgada de acuerdo con la preordenación divina (13.48; 18.10), y no simplemente que Cristo fue predestinado a morir, resucitar, y reinar (Hch. 2.23, 30s; 3.20; 4.27s).
En el Evangelio de Juan, Cristo dice que fue enviado para salvar cierto número de individuos que su Padre le había "dado" (Jn. 6.37ss; 17.2, 6, 9, 24; 18.9). Estas son sus "ovejas", las suyas propias (10.14ss, 26ss; 13.1). Por ellas oró en forma específica (17.20). Se ocupó de "atraerlas" hacia sí mismo por medio de su Espíritu (12.32; 6.44; 10.16, 27; 16.8ss); de darles vida eterna, en comunión consigo y con el Padre (10.28; 5.21; 6.40; 17.2; Mt. 11.27); de mantenerlas, sin perder ni una sola (6.39; 19.28s; 17.11, 15; 18.9), de llevarlas a su gloria (14.2s; 17.24), y de levantar sus cuerpos en el día final (6.39s; 5.28s). Aquí se hace explícito el principio de que los que disfrutan de la salvación lo hacen gracias a la predestinación divina.
La aclaración más completa de este principio la encontramos en los escritos de Pablo. Desde toda la eternidad, declara Pablo, Dios tiene preparado un plan (prothesis) para salvar a una iglesia, aunque en tiempos antiguos dicho plan no se dio a conocer plenamente (Ef. 3.3–11). El propósito del plan es que los hombres sean adoptados como hijos por Dios y sean renovados a la imagen de Cristo (Ro. 8.29), y que la iglesia, el grupo de los así renovados, crezca hasta alcanzar la plenitud de Cristo (Ef. 4.13). Los creyentes pueden regocijarse en la certeza de que, como parte de su plan, Dios los predestinó personalmente para compartir dicho destino (Ro. 8.28ss; Ef. 1.3ss; 2 Ts. 2.13; 2 Ti. 1.9; 1 P. 1.1s). La elección fue enteramente por gracia (2 Ti. 1.9), y de ninguna manera se relaciona con nuestros méritos; en realidad se hizo contrariando el merecido castigo previsto (Jn. 15.19; Ef. 2.1ss). Como Dios es soberano, su elección predestinada es garantía de salvación. De aquí surge un "llamamiento" efectivo, que despierta la respuesta de fe requerida (Ro. 8.28ss; 9.23s; 1 Co. 1.26ss; Ef. 1.13; 2 Ts. 2.14); la justificación (Ro. 8.30); la santificación (1 Ts. 2.13); y la glorificación (Ro. 8.30, pasaje este en el cual el tiempo pasado indica la certidumbre de su cumplimiento; 2 Ts. 2.14). Pablo imparte esta enseñanza a los cristianos, personas que eran "llamadas" ellas mismas, para confirmar su actual seguridad y su salvación final, y para hacerles comprender la magnitud de su deuda para con la misericordia de Dios. Los "elegidos", a quienes y sobre quienes se habla en cada epístola paulina, son él mismo y/o los creyentes a quienes escribe ("vosotros", "nosotros").
Se ha argumentado que el conocimiento previo de Dios no significa preordenación, y que la elección personal en el NT está fundada en la previsión de Dios de que las personas elegidas responderán al evangelio por sí mismas. Las dificultades que presenta este punto de vista parecerían ser: (1) afirma, en efecto, la elección de acuerdo con las obras y los méritos, mientras que la Escritura indica que la elección es por gracia (Ro. 9.11; 2 Ti. 1.9), y la gracia excluye toda consideración de lo que hace el hombre por sí mismo (Ro. 4.4; 11.6; Ef. 2.8s; Tit. 3.5); (2) si la elección es para la fe (2 Ts. 2.13) y las buenas obras (Ef. 2.10), no puede depender de la previsión de estas cosas; (3) según esta perspectiva, Pablo debería apuntar, no a la elección de Dios, sino a la propia fe del cristiano como fundamento de su seguridad de salvación final; (4) aparentemente la Escritura equipara el conocimiento previo con la preordenación (Hch. 2.23).
III. Elección y reprobación
El concepto vinculado con la idea de reprobar (Reprobado) aparece por primera vez en Jer. 6.30 ("desechar") (Is. 1.22), en una metáfora tomada de la refinación de metales. La idea es de algo que, por su condición corrupta, no pasa el examen instituido por Dios y que, por consiguiente, es rechazado. La metáfora vuelve a aparecer en el NT. Se la aplica al mundo gentil (Ro. 1.28) y a los cristianos profesantes (1 Co. 9.27, "eliminar"; 2 Co. 13.5s; 2 Ti. 3.8; Tit. 1.16). Sin embargo, a partir de Agustín la teología cristiana habla de la reprobación, no como el rechazo por Dios de determinados pecadores en la historia, sino como lo que (según se sostiene) está por detrás de ella: la determinación de Dios, desde toda la eternidad, de pasarlos por alto, y no darles su gracia salvadora (1 P. 2.8; Jud. 4). Por ello se ha hecho costumbre definir la predestinación como algo que consiste en la elección y la reprobación juntas.
Se disputa si debe incluirse la reprobación en la eterna prothesis de Dios. Algunos justifican su inclusión apelando a Ro. 9.17s, 21s; 11.7s. Parecería difícil negar, sobre la base de 9.22, que el endurecimiento y la consiguiente perdición de algunos, que en los vv. 19–21 Pablo indicó como un derecho de Dios, sea realmente parte de su propósito de predestinación; aunque debemos notar que Pablo se ocupa de destacar, no la implacabilidad de Dios hacia el reprobado, sino el prolongado refrenamiento de su ira para con las personas que están listas para la destrucción (2.4). Pero no es fácil determinar el alcance exacto de estos versículos en su contexto.