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Epistolas

Las Cartas en el Mundo Antiguo
Al lector moderno que por primera vez se relaciona con el Nuevo Testamento, podrá parecerle extraño que 21 de sus 27 libros sean cartas, o algo muy similar a una carta, y que el volumen de éstas totalice el 35% del texto. ¿Cuál es la razón para este estilo particular?

Hay al menos cuatro factores a tener en cuenta:
Primero, que a menudo olvidamos cuán acostumbrados estamos al verdadero caudal de medios de comunicación con que contamos en la actualidad, de los cuales, prácticamente ninguno, estaba a disposición de la iglesia del primer siglo. La carta (como veremos) era el medio de comunicación tanto para los asuntos públicos como privados; no había muchos más. Estaban los equivalentes a los antiguos pregoneros que recorrían las ciudades, la reducida publicación de libros (aunque aún sin imprenta), las representaciones teatrales, y muchos discursos, pero la mayoría de estos medios no constituían opciones realistas frente a la clase de mensajes que los primeros líderes cristianos necesitaban enviar.

Segundo, el rápido crecimiento de la iglesia cristiana en sus primeras décadas de vida exigía un medio flexible, económico y a la vez rápido, de mantenerse en contacto con los creyentes diseminados en toda la extensión del imperio. Resulta difícil imaginar una mejor alternativa disponible en aquel tiempo.

Tercero, a medida que la iglesia cristiana crecía, se confrontaba con más dilemas que los que pudiera fácilmente resolver. Algunos de estos surgían de su crecimiento a partir de la religión del antiguo pacto, mientras que otros eran producto de su confrontación con el paganismo del mundo grecorromano. Su rápido crecimiento y las grandes distancias geográficas se combinaron así con una variedad infinita de actividades y relaciones. En la providencia de Dios estos factores diversos se convirtieron en el medio a través del cual la primera generación de creyentes, guiada por el Espíritu, aprendió a expresar y a defender la fe a través de expresiones de la verdad de una riqueza extraordinaria. A menudo la mejor manera de tratar estas presiones era a través de cartas, por lo que no es de sorprenderse que tales cartas hayan llegado a ser, bajo la dirección de Dios, los primeros documentos normativos de la iglesia.

Por último, las cartas eran un medio establecido de sentar "presencia". Podríamos quizá hablar de "mantener el contacto", de "conservar la amistad", y, en ciertas organizaciones, de "conservar las líneas de autoridad". Para el logro de estos fines en el mundo occidental moderno, echaríamos mano del teléfono, el fax o el correo electrónico. En el Imperio Romano, los mismos fines se alcanzaban por medio de cartas, las que sin duda adquirían un inmenso valor, debido a los tiempos prolongados que frecuentemente separaban a una misiva de la siguiente. Hay evidencia, por cierto, que en numerosas ocasiones los escritores del Nuevo Testamento quisieron, por varias razones, establecer su "presencia" (por ejemplo en 1ra. A los Corintios 5:3–5 "que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán. Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón. Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas"; A los Gálatas 4:19, 20 "Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros, quisiera estar con vosotros ahora mismo y cambiar de tono, pues estoy perplejo en cuanto a vosotros"; 1ra. A los Tesalonicenses 5:27 "Os conjuro por el Señor, que esta carta se lea a todos los santos hermanos"), aun cuando nada podía cerrar enteramente la brecha en la comunicación creada por la distancia (1ra. A los Tesalonicenses 2:17–3:8 -no se reproduce por que es muy extenso; 2da. de Juan 12 "Tengo muchas cosas que escribiros, pero no he querido hacerlo por medio de papel y tinta, pues espero ir a vosotros y hablar cara a cara, para que nuestro gozo sea cumplido").


Tipos de Cartas
Unos 100 años atrás había quienes sostenían que las misivas grecorromanas podían dividirse en dos tipos:
A. Las epístolas, es decir, las producciones literarias que de una manera un tanto superficial asumían la forma de cartas, pero que estaban destinadas a ser publicadas de manera universal y leídas por todos; y
B. Las cartas, que eran escritos ocasionales (como ser, cartas que respondían a situaciones específicas) destinados a ser leídos por una persona o por un grupo determinado. Las cartas de Pablo, sostenían, pertenecían en su totalidad a la última categoría. Pero en la actualidad esta división simplista ha sido descartada en todo el mundo. Es por demás simple: la clasificación de las cartas es mucho más amplia. Además, es excesivamente rígida, porque existe amplia evidencia de que por lo menos algunas de las cartas dirigidas a situaciones específicas, se consideraron como conteniendo también un interés normativo y una pertinencia que iban más allá del destinatario original (por ejemplo A los Colosenses 4:16 "Cuando esta carta haya sido leída entre vosotros, haced que también se lea en la iglesia de los laodicenses, y que la de Laodicea la leáis también vosotros"). Más aun, la diversidad misma de las cartas del Nuevo Testamento (compárense, por ejemplo: A Filemón y 3ra. de Juan con A los Romanos) reclama categorías más adecuadas.

Un grupo de eruditos ha clasificado las cartas antiguas en diez categorías (aunque, en cierta medida, éstas se sobreponen). Lo que sí resulta claro es que las cartas antiguas abarcaban, desde comunicaciones privadas, personales (como una carta a la familia solicitando dinero), hasta ensayos o tratados formales, que apuntaban a una circulación lo más amplia posible. Entre los dos extremos, había cartas públicas más breves (algo similar a una moderna "Carta al Editor", ¡sin haber un periódico!) Las cartas del Nuevo Testamento cubren gran parte de esta gama, pero no toda. Por ejemplo, dentro del espectro, A los Romanos y A los Hebreos están más cerca del extremo del ensayo y, no obstante, siguen siendo cartas ocasionales (ver A los Romanos 15:17–22 "Tengo, pues, de qué gloriarme en Cristo Jesús en lo que a Dios se refiere. Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios; de manera que desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo. Y de esta manera me esforcé a predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno, sino, como está escrito: Aquellos a quienes nunca les fue anunciado acerca de él, verán; Y los que nunca han oído de él, entenderán. Por esta causa me he visto impedido muchas veces de ir a vosotros"; A los Hebreos 10:32–39 "Pero traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sostuvisteis gran combate de padecimientos; por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo; y por otra, llegasteis a ser compañeros de los que estaban en una situación semejante. Porque de los presos también os compadecisteis, y el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos. No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma."; A los Hebreos 13:22–24 "Os ruego, hermanos, que soportéis la palabra de exhortación, pues os he escrito brevemente. Sabed que está en libertad nuestro hermano Timoteo, con el cual, si viniere pronto, iré a veros. Saludad a todos vuestros pastores, y a todos los santos. Los de Italia os saludan"). A Filemón, A Tito y 3ra. de Juan se ubican más hacia el extremo opuesto, pero su inclusión en el canon demuestra que fueron entendidas como conteniendo una autoridad y relevancia más amplia que aquella que sus primeros lectores pudiesen haberle asignado.


El Contenido de Una Carta
En el mundo antiguo la mayoría de las cartas comprendían tres partes, a saber: una introducción, en la que un saludo acompaña a la mención del o los destinatarios, un cuerpo o desarrollo, y una conclusión.

Por lo general la introducción era muy breve: "De tal a tal, mi saludo". En el Nuevo Testamento se conserva esta forma en una carta enviada por el consejo apostólico (Los Hechos 15:23 "y escribir por conducto de ellos: Los apóstoles y los ancianos y los hermanos, a los hermanos de entre los gentiles que están en Antioquía, en Siria y en Cilicia, salud"), en la carta de Claudio Lisias (Los Hechos 23:26 "Claudio Lisias al excelentísimo gobernador Félix: Salud") y en Santiago 1:1 "Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, a las doce tribus que están en la dispersión: Salud". Dos cartas del Nuevo Testamento (A los Hebreos y 1ra. de Juan), no incluyen para nada tal introducción, lo cual genera cuestionamientos respecto de su género; pero la mayoría de ellas extiende, y a veces bastante, la introducción (por ejemplo A los Romanos 1:1–7 "Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos, y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre; entre las cuales estáis también vosotros, llamados a ser de Jesucristo; a todos los que estáis en Roma, amados de Dios, llamados a ser santos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo"), y aun cambian el tradicional cairo ("saludos") por caris ("gracia"), sin duda, bajo la influencia de la experiencia cristiana de la gracia de Dios en el evangelio (así la totalidad de las cartas de Pablo, 1ra. y 2da. de Pedro y 2da. de Juan).

Algunas cartas antiguas incluían deseos de buena salud o alguna bendición. En esto las cartas del Nuevo Testamento manifiestan una gran diversidad. Lo más cercano a un deseo de buena salud es 3ra. de Juan 2 "Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma" donde, notablemente, es la salud espiritual de Gayo lo que determina los parámetros para su bienestar general. Los escritores del Nuevo Testamento, generalmente comienzan con una expresión de gratitud a Dios (como en todas las cartas de Pablo, excepto A los Gálatas, 2da. A los Corintios, 1ra. A Timoteo y A Tito); algunos comienzan con un himno de alabanza (2da. A los Corintios, A los Efesos y 1ra. de Pedro). Las cartas antiguas tendían a finalizar con diversos tipos de saludos; los escritores del Nuevo Testamento siguen la misma práctica, agregando a menudo una doxología o una bendición. A los Romanos resulta extraordinaria debido al espacio dedicado a dar un bosquejo de los planes de viaje de Pablo (A los Romanos 15:22–29 "Por esta causa me he visto impedido muchas veces de ir a vosotros. Pero ahora, no teniendo más campo en estas regiones, y deseando desde hace muchos años ir a vosotros, cuando vaya a España, iré a vosotros; porque espero veros al pasar, y ser encaminado allá por vosotros, una vez que haya gozado con vosotros. Mas ahora voy a Jerusalén para ministrar a los santos. Porque Macedonia y Acaya tuvieron a bien hacer una ofrenda para los pobres que hay entre los santos que están en Jerusalén. Pues les pareció bueno, y son deudores a ellos; porque si los gentiles han sido hechos participantes de sus bienes espirituales, deben también ellos ministrarles de los materiales. Así que, cuando haya concluido esto, y les haya entregado este fruto, pasaré entre vosotros rumbo a España. Y sé que cuando vaya a vosotros, llegaré con abundancia de la bendición del evangelio de Cristo"), un pedido de oración (A los Romanos 15:30–32 "Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios, para que sea librado de los rebeldes que están en Judea, y que la ofrenda de mi servicio a los santos en Jerusalén sea acepta; para que con gozo llegue a vosotros por la voluntad de Dios, y que sea recreado juntamente con vosotros") y una oración expresada a manera de deseo (A los Romanos 15:33 "Y el Dios de paz sea con todos vosotros. Amén"), una larga lista de encargos y salutaciones (A los Romanos 16:1–6 "Os recomiendo además nuestra hermana Febe, la cual es diaconisa de la iglesia en Cencrea; que la recibáis en el Señor, como es digno de los santos, y que la ayudéis en cualquier cosa en que necesite de vosotros; porque ella ha ayudado a muchos, y a mí mismo. Saludad a Priscila y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús, que expusieron su vida por mí; a los cuales no sólo yo doy gracias, sino también todas las iglesias de los gentiles. Saludad también a la iglesia de su casa. Saludad a Epeneto, amado mío, que es el primer fruto de Acaya para Cristo. Saludad a María, la cual ha trabajado mucho entre vosotros"), saludos finales de parte de los colaboradores y la gracia y bendición final (A los Romanos 16:20–27 "Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros. Os saludan Timoteo mi colaborador, y Lucio, Jasón y Sosípater, mis parientes. Yo Tercio, que escribí la epístola, os saludo en el Señor. Os saluda Gayo, hospedador mío y de toda la iglesia. Os saluda Erasto, tesorero de la ciudad, y el hermano Cuarto. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén. Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe, al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén"). Aun cuando algunos han considerado el capítulo 16 como un agregado editorial posterior, el considerable espacio que Pablo dedica a este cierre probablemente se deba a que él no tenía relación previa con la iglesia como un todo, y por esa razón estaba interesado en establecer la mejor de las relaciones con ellos, en vista de su proyectada estadía allí durante su viaje a España.

En lo que se refiere a su cuerpo, el formato de las cartas en la época que estamos tratando difería grandemente. Algunos estudiosos modernos han intentado identificar formas y secuencias típicas, transiciones típicas entre la apertura y el cuerpo y otros detalles. Hasta el presente tales esfuerzos no han encontrado mayor apoyo o aceptación. Pareciera que es mejor simplemente respetar la diversidad, reconociendo que los escritores cristianos podían ser tan creativos como los demás (las cartas de Pablo son particularmente creativas y eclécticas), y que algunas peculiaridades de las cartas del Nuevo Testamento probablemente estén relacionadas con la herencia de la influencia judía que caracterizó a la iglesia de los primeros tiempos.


Algunas Consideraciones Especiales
Cabe agregar otras cuatro consideraciones de carácter general.

Primera, que las cartas del Nuevo Testamento tienden a ser un poco más extensas que sus similares en el mundo secular. Por lo general, se comparan las cartas de Séneca y de Cicerón con las de Pablo. La extensión de las 124 cartas de Séneca varía entre las 149 y 4.134 palabras; las 776 de Cicerón van desde 22 a 2.530 palabras. Las cartas de Pablo promedian las 1.300 palabras de extensión, aunque A los Romanos tiene 7.144 palabras.

Segunda, hay evidencia independiente que atestigua acerca de la manera en que era común que los escritores emplearan amanuenses, escribas capacitados que escribían lo que se les dictaba. Sin duda, muchos amanuenses eran esclavos, contratados para ayudar a un amo casi analfabeto con sus asuntos de negocios y su correspondencia; otros trabajaban de manera independiente, a cambio de una remuneración. A los Romanos 16:22 "Yo Tercio, que escribí la epístola, os saludo en el Señor" nos muestra que Tercio era el amanuense que "escribió" lo que Pablo le dictó en esa carta. Era común que quienes dictaban una carta atestiguaran la autenticidad de lo escrito agregando salutaciones finales de su puño y letra; esta era, sin duda, la costumbre de Pablo (A los Gálatas 6:11 "Mirad con cuán grandes letras os escribo de mi propia mano"; 2da. A los Tesalonicenses 3:17 "La salutación es de mi propia mano, de Pablo, que es el signo en toda carta mía; así escribo"). Se infiere que él dictó todas sus cartas, y que posiblemente otros escritores del Nuevo Testamento hicieron lo mismo.

Lo que resulta difícil de establecer es la medida de libertad de la que gozaba el amanuense. La evidencia no es clara y, en consecuencia, muy discutida. Que cierta libertad existía, lo sugiere el hecho de que Tercio se identifica. No obstante, no hay razón para pensar que fuera algo corriente que los amanuenses tuviesen libertad para expresarse con independencia. El grado de libertad probablemente dependiera de la relación existente entre el amanuense y el que dictaba, la capacidad de cada uno de ellos, la naturaleza de la correspondencia y otros factores; del mismo modo, el margen de independencia con que cuenta una secretaria en la actualidad, está sujeto a variables similares. No obstante, una vez que el autor leía el producto terminado y lo firmaba, el documento pasaba a "pertenecer" al autor, y ya no simplemente al amanuense. Aun así, es probable que algunas diferencias de vocablos entre, digamos, las cartas pastorales y el resto del material paulino estén sujetas a la probabilidad de que Lucas fuera el amanuense para las primeras (ver 2da. A Timoteo 4:11 "Sólo Lucas está conmigo. Toma a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio"), las cuales contienen un número importante de expresiones que resultan más características de los propios escritos de Lucas.

Tercera, a menudo se afirma que la escritura de cartas seudónimas (por ejemplo cartas supuestamente escritas por un autor reconocido, pero en realidad escritas por otra persona) era una práctica corriente en los dos primeros siglos de nuestra era, que los escritores del Nuevo Testamento nada malo habrían visto en ello, y que la evidencia literaria exige arribar a la conclusión de que algunas cartas del Nuevo Testamento son seudónimas. (La lista difiere de un erudito a otro, pero las cartas pastorales y 2da. de Pedro son las que más comúnmente se consideran seudónimas, a las que les siguen A los Colosenses, A los Efesos y 2da. A los Tesalonicenses, y menos frecuentemente varias otras.) Pero aun cuando esta práctica de escritura no era extraña para el mundo antiguo, especialmente en libros apocalípticos, era poco frecuente, y hasta quizá inexistente, en el terreno de las cartas. No existe ejemplo comprobado de que tengamos alguna carta seudónima originada en los dos primeros siglos. Los ejemplos citados no son muy trascendentales. Por el lado de la literatura judía, la Epístola de Jeremías es más bien una homilía antes que una carta, y la Carta de Aristeas es una narración apologética (además, ambos ejemplos citados son un poco más tempranos). Problemas similares son los que afectan a los ejemplos cristianos de tiempos posteriores (por ejemplo las cartas de Cristo y Abgaro, una carta de Lentulo, supuestas cartas entre Pablo y Séneca). No existe siquiera un ejemplo convincente proveniente del mundo grecorromano pagano. Cierto es que, tan pronto como la iglesia comenzó a evaluar estos asuntos, toda sospecha de que un documento pudiera ser seudónimo llevaba a que no se lo reconociera como teniendo autoridad canónica. En todo caso, muchos estudiosos han concluido que las razones tradicionales que clasificaban a ciertas cartas del Nuevo Testamento como seudónimas, no resultan muy convincentes. Estos temas se consideran brevemente en las respectivas introducciones a los libros en que correspondan.

Por último, para brindar un panorama completo, es necesario hacer mención del medio de transporte de estas cartas. Aun cuando el gobierno imperial contaba con su propio sistema de correos, éste no estaba a disposición del público en general. Por lo tanto, las cartas eran llevadas en mano por amigos, conocidos, esclavos, empleados, soldados, empresarios, viajeros que pasaban; es decir, cualquiera que fuera en la dirección adecuada y que estuviera dispuesto.


Las Cartas de Pablo
Si damos por sentado que las 13 cartas canónicas que llevan el nombre de Pablo son obra de él, debemos, no obstante, preguntarnos de qué manera llegaron a reunirse y en base a cuáles principios se integraron al Nuevo Testamento tal como lo tenemos.


La Coleccion de Las Cartas de Pablo
Las cartas de Pablo fueron escritas durante un período de apróximado 15 años (comenzando unos 15 años después de su propia experiencia cristiana), y enviadas a iglesias y a personas muy distantes unas de otras. ¿De qué manera, entonces, llegaron a juntarse estos 13 documentos? La respuesta breve es que no lo sabemos; la evidencia es demasiado limitada como para ser segura. En algunos casos, Pablo mismo ordenó una circulación limitada (A los Colosenses 4:16 "Cuando esta carta haya sido leída entre vosotros, haced que también se lea en la iglesia de los laodicenses, y que la de Laodicea la leáis también vosotros."). Se han presentado sólidas argumentaciones en apoyo del punto de vista de que A los Efesos se escribió primeramente como una carta circular para los creyentes en Efeso y en las ciudades y aldeas vecinas; una carta general, que abarcaba lo tratado en otras cartas más específicas como A los Colosenses y A Filemón (y quizá A los Filipenses).

La primera lista concreta que conocemos es una compilada por Marción (líder de un movimiento no ortodoxo, alrededor del año 140), que menciona diez cartas paulinas (excluidas las pastorales). Algunos estudiosos sostienen que se trataba de la primera vez que se realizaba lista alguna de este tipo. Pero esto es muy improbable. A nuestros tiempos ha llegado apenas una pequeña parte de material escrito en la antigüedad más reciente, y la lista de Marción resulta valiosa fundamentalmente como evidencia de que otras listas más extensas, menos ortodoxas, probablemente ya estuviesen circulando. Era la práctica de estos líderes seudocristianos el adaptar la literatura cristiana a sus propios fines. Marción excluyó la totalidad del Antiguo Testamento y la mayor parte del Nuevo Testamento; aun de los Evangelios conservó solamente una edición mutilada de Lucas.

Otros han argumentado que la primera recopilación de las cartas de Pablo se realizó poco después del año 90 de nuestra era, 50 años antes de Marción. Algún devoto seguidor de Pablo, estimulado por la publicación de Los Hechos (según este punto de vista, poco antes del 90), reunió las cartas paulinas existentes. Pero es mucho más probable que Los Hechos haya sido publicada bastante antes, alrededor del año 64, a la vez que se hace más difícil de entender por qué habría sido necesario que la colección, de por lo menos algunas de las cartas de Pablo, tuviese que haber esperado hasta ese acontecimiento. Existe fuerte evidencia de que los primeros Padres apostólicos (en especial Clemente de Roma; cerca del año 96) citan las cartas de Pablo. Lo que es más importante, 2da. de Pedro 3:16 "casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición" se refiere a la manera en que Pablo escribe "en todas sus epístolas", una expresión que, aun cuando no necesariamente deba abarcar exactamente las 13 cartas canónicas que hoy tenemos, sin duda presupone que hay consenso respecto de un cuerpo de correspondencia paulina en circulación. Aunque el peso de las investigaciones modernas favorece una fecha tardía para 2da. de Pedro, hay razones serias que permiten pensar en una fecha de publicación tan temprana como el año 64 o 65.

Aun cuando no puede probarse, hay otra teoría que quizá sea más plausible que sus principales competidoras. Pequeños grupos de cartas paulinas circulaban en forma regional aun durante la vida de Pablo, en parte debido a las indicaciones de Pablo mismo al respecto (A los Colosenses 4:16 "Cuando esta carta haya sido leída entre vosotros, haced que también se lea en la iglesia de los laodicenses, y que la de Laodicea la leáis también vosotros"). Luego, después de su martirio (cerca del año 65 despues de Jesucristo), uno o más de sus colaboradores más cercanos (¿Timoteo?) se dedicó a preservar tanto como fuera posible de la correspondencia circulante de su maestro. Nada de esto puede ser probado de manera definitiva. No obstante, una teoría así parece responder mejor a los hechos que han llegado a nosotros.


El Orden de Las Cartas
La organización del cuerpo de escritos paulinos en nuestro Nuevo Testamento requiere de alguna explicación. El orden no sigue ni una cronología (¿la fecha de su publicación? o ¿la de su escritura?) ni temas. Sigue dos criterios muy sencillos: las cartas a iglesias (A los Romanos a 2da. A los Tesalonicenses) se agrupan delante de las cartas a personas (1ra. A Timoteo a A Filemón), y dentro de cada grupo las cartas más extensas se ubican delante de las más breves. La única excepción es A los Efesos, la que, según estos criterios, debería estar ubicada antes de A los Gálatas. Como una suposición, es posible pensar que quienes ordenaron de esta manera las cartas de Pablo, contaban con una copia de A los Efesos transcripta en letra más pequeña o más comprimida, lo que les indujo a un error, pensando que era más corta que A los Gálatas pero más larga que A los Filipenses.

Lo más común es encontrar las cartas de Pablo clasificadas en cuatro grupos.

Las del primer grupo, A los Romanos, 1da. y 2da. A los Corintios y A los Gálatas, algunas veces se describen como las grandes cartas evangélicas. Las primeras tres fueron escritas durante su tercer viaje misionero. A pesar de que muchos asignan la misma época a A los Gálatas, puede señalarse de manera bastante convincente que, de las cartas de Pablo que aún perduran, ésta fue la primera que se escribió. En su contenido A los Gálatas y A los Romanos se acercan bastante, aunque es claro que A los Gálatas fue escrita para advertir a las iglesias de Galacia acerca de aquellos que estaban promoviendo el judaísmo en la comunidad cristiana (gentil), en tanto que A los Romanos no pareciera tener un propósito tan específico.

Al segundo grupo a menudo se lo denomina el de las cartas carcelarias, debido a que en cada una de ellas Pablo hace referencia a sí mismo como un prisionero. Estas son A los Efesos, A los Filipenses, A los Colosenses y A Filemón. Es posible que las cuatro fueran escritas mientras Pablo estaba en la prisión en Roma, aunque muchos estudiosos han afirmado que A los Filipenses y quizá otras de entre estas cuatro, fueron enviadas desde Efeso o Cesarea.

El tercer grupo incluye a 1ra. y 2da. A los Tesalonicenses. Muchos sostienen que de las cartas paulinas existentes estas son las dos primeras que él escribió. Aun cuando Pablo pudiese haber escrito A los Gálatas en época más temprana, estas dos, escritas desde Corinto durante su segundo viaje misionero, manifiestan una sensibilidad pastoral y una perspectiva de "los últimos tiempos" que vuelven a aparecer en muchas de sus otras cartas. Aunque por lo general Pablo asocia a uno o más de sus colaboradores en los primeros renglones de sus cartas, estas dos establecen una relación cercana y explícita entre Pablo, Silas y Timoteo; y además, de manera poco habitual, se escriben totalmente en la primera persona del plural.

El cuarto grupo, las cartas pastorales, comprende 1ra. y 2da. A Timoteo y A Tito. Estas son las cartas paulinas que más frecuentemente se consideran seudónimas. No obstante, si se las atribuimos a Pablo, debemos concluir que fue liberado de la prisión romana, porque en 1ra. A Timoteo y en A Tito Pablo ya no está en cadenas. Sin embargo, para cuando se escribe 2da. A Timoteo, Pablo está nuevamente en prisión, y esta vez manifiesta muy claramente que no tiene esperanzas de sobrevivir. Aun cuando algunas veces se hayan exagerado, las particularidades lingüísticas y temáticas de este grupo son reales, y probablemente surjan de una combinación de factores. Estas cartas se dirigen a personas físicas, en una época tardía en la vida del Apóstol, tratando en parte con los principios del liderazgo cristiano, y posiblemente fueron dictadas a un fiel colega (¿Lucas?) que servía de amanuense con un cierto grado de libertad, mayor que el que era habitual.


Las Cartas No Paulinas
Estas son sumamente diversas en su autoría y en su carácter. La carta A los Hebreos es formalmente anónima, y no hay consenso respecto de quién pudiera ser su autor. Dos cartas se presentan como habiendo sido escritas por Pedro, y otras dos como escritas respectivamente por Santiago y Judas (a los cuales muchos consideran hermanastros de nuestro Señor). Las tres restantes son formalmente anónimas, aun cuando dos de ellas se presentan como obra de "el anciano". Existen buenas razones para pensar en el apóstol Juan como el autor de las tres. Dos de estas siete cartas se cuentan entre las más cortas en el Nuevo Testamento (2da. y 3ra. de Juan); una está entre las más largas (A los Hebreos).

A los Hebreos y 1ra. de Juan se asemejan en un aspecto interesante. Ambas comienzan sin salutación de ningún tipo (a diferencia del resto de las cartas del Nuevo Testamento). Esto ha llevado a la sugerencia por parte de algunos estudiosos de que estos escritos no se tratan en absoluto de cartas, sino de lo que hoy llamaríamos un folleto descriptivo o un pequeño libro, una homilía, o un ensayo. Pero A los Hebreos, al menos, concluye como una carta, y ambas contienen los suficientes comentarios personales, para no mencionar las referencias a detalles específicos relacionados con la experiencia de los lectores, que llevan a la conclusión de que sus respectivos autores tenían en mente a lectores claramente determinados (p. ej. Heb. 5:12; 6:10; 10:32; 1 Jn. 2:19). Aun así, la riqueza en Heb. de frases normalmente utilizadas en un discurso sugiere que la carta comenzó como una serie de homilías que, abreviadas, nos dejaron su ac tual formato. Es posible que 1 Jn. sirviera como una carta pastoral general destinada a circular entre una cantidad de iglesias, y que algunas congregaciones recibieran además misivas exclusivas, más breves y específicas (¿2 y 3 Jn.?).

Varias de estas cartas presentan rasgos que merecerían ser comentados más extensamente, aunque aquí solamente podamos hacer mención de los mismos. Judas y 2da. de Pedro comparten cierta relación de dependencia literaria (como ser, por ejemplo el caso de los Evangelios de Marcos y Mateo). Es posible que la carta De Santiago fuera el primer libro del Nuevo Testamento en escribirse. 2da. de Juan es singular en lo que se refiere a sus destinatarios: "A la señora elegida y a sus hijos", muy probablemente una iglesia hermana y sus miembros (aunque lejos estemos de encontrar acuerdo, respecto de las razones por las cuales Juan eligió estos términos). 3ra. de Juan es notable debido a su honesta reflexión sobre los "poderes políticos" dentro de la iglesia de los primeros tiempos, lo que de alguna manera nos recuerda a 2da. A los Corintios 10–13.


La Interpretación de Las Cartas
Es importante tener en cuenta los principios generales de interpretación, brevemente resumidos anteriormente, pero hay, además, algunas pautas que resultan particularmente valiosas al momento de leer las cartas.

1. Debido a que la mayoría de las cartas mantienen una cierta medida de flujo de pensamiento lineal, debemos poner el mayor empeño en seguir ese flujo. Al mismo tiempo, debe hacerse lugar para algunas variaciones importantes.

Primera, un escritor a veces está respondiendo a lo que están viviendo aquellos a quienes escribe. Esto se aplica especialmente al caso de 1da. A los Corintios. Aun cuando los capítulos 1–4 abordan el tema de las facciones dentro de la iglesia en Corinto, los capítulos restantes presentan a Pablo tratando, punto por punto, temas que surgían de informes verbales que le habían llegado (capítulos 5–6), y luego temas originados en una carta enviada por los de Corinto (capítulo 7 en adelante).

Segunda, en varias de las cartas el movimiento de pensamiento es todo menos directo. De Santiago resulta particularmente difícil de bosquejar, 1ra. de Juan más aun. Algunos han sostenido el punto de vista que en el último de los casos hay un "estilo circular", donde varios puntos fundamentales se vuelven a tratar una y otra vez. Si esto es así, no se trata de una mera repetición: cada ciclo introduce nuevos elementos y consideraciones. En todo caso, el desarrollo del tema no es lineal (como lo sería, relativamente hablando, gran parte de A los Romanos y 2da. A los Corintios); tampoco una serie de temas sueltos, como en algunas listas de proverbios. El flujo de pensamiento debe ser descubierto y rescatado, pero a menudo se vuelve atrás para considerar terreno ya explorado, pero desde una perspectiva ligeramente diferente.

2. Las cartas más tempranas fueron los primeros documentos canónicos producidos después de la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo; las más tardías se encontraban entre los últimos documentos canónicos que se escribieron. Pero aunque ellas cubren un período apróximadamente contemporáneo a la escritura de los Evangelios, éstos, a diferencia de las cartas, se proponen presentar a Jesús en los días de su existencia humana. No importa cuánto podamos razonablemente conocer a través de los Evangelios acerca de las condiciones de la iglesia en el tiempo en que fueron escritos, lo que lograremos entresacar nunca será más que inferencias. Por contraste, las cartas nos ofrecen una percepción bastante directa de la naturaleza de la iglesia de los primeros tiempos.

Así, las cartas nos proporcionan la culminación doctrinal, ética y espiritual (a este lado de la segunda venida) del movimiento histórico de la salvación en la Biblia. Que el panorama sea rico y multifacético no se debe negar. Que no tengamos todas las piezas del rompecabezas es cierto. Pero estos son los aspectos que reúnen a muchos de los temas de las Escrituras, y plantean la manera en que hilos conductores aparentemente divergentes, se unen en la revelación de Dios, en estos últimos tiempos, en la persona de su Hijo. Resulta difícil de imaginar cuán limitados estaríamos si el Nuevo Testamento no incluyera, por ejemplo la epístola a los A los Hebreos, con toda su visión abarcadora de la manera en que el sistema levítico y el pacto con ella relacionado apuntaban al futuro sacrificio y al sacerdote que tratarían de manera eficaz y definitiva con el pecado; A los Efesos, con su sorprendente visión del accionar del plan de Dios, de unir a los judíos perdidos y a los gentiles perdidos en una nueva humanidad, la iglesia; 1ra. de Juan, con su conmovedora insistencia respecto de que la fe cristiana verdadera puede encontrar consuelo y fortaleza en la fidelidad doctrinal, en la obediencia moral, y en el amor genuino; A los Colosenses, con sus claras advertencias tan relevantes para nuestra era pluralista, de que Jesús no es una deidad entre muchas, sino la revelación exclusiva y redentora de Dios, aquel en quien "habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad" (A los Colosenses 2:9). Y así podríamos hablar del aporte propio de cada una de las cartas que integran el canon del Nuevo Testamento.

3. En una medida importante, las cartas son documentos puente. Las Escrituras del Antiguo Testamento fueron escritas por judíos, mayormente en el contexto del pacto que Yahweh estableció con su pueblo. Es cierto que estos libros reflejan algo del antiguo contexto del Cercano Oriente en que vivían los israelitas. Estamos familiarizados, por ejemplo con algo parecido a la literatura judía de sabiduría dentro de la literatura de Egipto, algo semejante a la estructura del pacto en los tratados de los antiguos hititas y otros pueblos, y la existencia de la circuncisión en otros grupos tribales (aunque con un simbolismo bastante diferente del que tenía para Abraham y sus hijos). Pero las cartas del Nuevo Testamento surgen conscientemente de este trasfondo judío y, en muchos casos, están dirigidas a iglesias precoces, floreciendo en el mundo grecorromano. El cambio no era incidental, reflejaba la transformación del pueblo de Dios desde una sociedad tribal a una comunidad internacional de los redimidos. A medida que los escritores del Nuevo Testamento hacían frente a esta transición extraordinaria, a medida que comenzaban a descifrar esta visión universal a la cual el Espíritu Santo los estaba llevando, no sólo debían resolver la relación de los cristianos para con la ley de Moisés, sino el desafío de mantener juntos a los cristianos judíos y gentiles. Surgían nuevas implicancias sociales y políticas en una comunidad "de pacto" que no era una nación, sino una expresión internacional de comunión y compañerismo.

Aun a nivel literario, este valor "puente" que tienen las cartas adquiere gran importancia. Por una parte, es posible examinar las cartas de Pablo y descubrir en ellas su manejo de las Escrituras con un criterio predominantemente judío, y su profundo conocimiento de los métodos judíos de interpretación. Al mismo tiempo, Pablo disfrutaba no sólo de las ventajas de una excelente educación a los pies de Gamaliel en Jerusalén, sino el haber estado lo suficientemente expuesto al pensamiento griego como para poder citar aun a poetas griegos poco importantes, y hacer uso de los recursos retóricos y literarios propios del mundo grecorromano. La sensibilidad para con esta doble herencia habrá de enriquecer nuestra exégesis. A la vez, nos convoca al asombro ante la providencial sabiduría del Dios que tan cuidadosamente preparó el camino para este supremo acto de revelación de sí mismo.

4. En virtud de que las cartas no solamente reflejan circunstancias históricas concretas, sino también una teología bíblica culminante, existen dos herramientas adicionales muy útiles para pastores y laicos (además de los comentarios). Los buenos diccionarios bíblicos proporcionan una enorme riqueza de información relacionada con ciudades, movimientos, expresiones técnicas, evidencia arqueológica relacionada, y algunos temas críticos. Al leer 1da. A los Corintios resulta útil conocer algo acerca de Corinto; al leer la última de las cartas a las siete iglesias (Apocalipsis 3:14–22 "Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias"), es de suma utilidad el conocer algo acerca de Laodicea. Al mismo tiempo, un buen diccionario teológico puede resumir en un par de párrafos o páginas, una cantidad de temas de discusión cristiana, tanto bíblica como posbíblica, y permitir así encuadrar la discusión en un marco de referencia más amplio, que podría de otro modo quedar fuera el alcance de aquellos que con toda seriedad estudian por primera vez el texto de las Escrituras.

5. Debido a que la totalidad de las cartas del Nuevo Testamento tuvieron su origen, en alguna medida, en situaciones muy específicas, resulta útil reconstruir la ocasión. En algunos casos, este ejercicio es vital; en otros, peligroso; pero siempre es un tanto delicado.

El intentar reconstruir la ocasión que dio origen a una carta, a partir de la evidencia interna de la misma, es un poco como intentar reconstruir una conversación telefónica conociendo solamente lo que se habló de un lado de la línea. A veces la tarea resulta muy sencilla; otras, resulta sumamente difícil. A riesgo de exagerar con la analogía, digamos que resulta fácil reconstruir una conversación telefónica cuando aquel que habla del lado donde uno está presente, repite constantemente lo que su interlocutor está diciendo; un poco más difícil, sin llegar a ser un verdadero desafío, es cuando hay solamente una inferencia para hacer; bastante más difícil, aun que no imposible, es cuando las inferencias son varias, pero el curso de la conversación tiende a eliminar algunas de ellas; sin embargo, resulta imposible ir más allá de las probabilidades, o aun de la mera especulación, cuando es posible encontrar muchas inferencias, y de ellas muy pocas que sean seguras. No obstante, aun así, lo que concretamente sea posible oír de un lado de la línea puede resultar sumamente valioso por derecho propio.

Este esfuerzo por reconstruir la ocasión que da lugar a una carta a veces se denomina "lectura espejada". Por ejemplo, desde lo más superficial del texto de A los Hebreos, uno observa que el autor está profundamente preocupado porque los lectores perseveren en la fe, no importa cuáles sean las dificultades. Pero, ¿se trata de lectores judeo cristianos que quieren volver a la observación detallada de la ley judía? ¿Se trata de gentiles prosélitos del judaísmo, y ahora del cristianismo, que quieren volver a una práctica más manifiesta del judaísmo? ¿Se trata de un caso en que ellos o el autor fueron fuertemente influenciados por los escritos de Filón de Alejandría, cuyas obras a nivel meramente formal a menudo guardan un cercano paralelismo con A los Hebreos? Es posible mencionar a diferentes eruditos que defienden cada uno de estos puntos de vista, y muchos otros.

A cierto nivel tales preguntas no revisten gran importancia. Más allá de las conclusiones a que llegue un intérprete moderno, prácticamente todos coincidirán en que el texto de A los Hebreos exhorta a los cristianos profesantes a perseverar. No obstante, las preguntas no revisten carácter meramente académico. La naturaleza de la tentación a la que están expuestos los lectores y la manera en que se los anima a perseverar, están íntimamente relacionadas con sus circunstancias concretas. Que sea posible encontrar estudiosos que discrepan con este punto de vista o aquel, no es razón para que uno deje de analizar estos aspectos personalmente; el conocimiento no está por encima de la parcialidad, ni está libre de preconceptos y sesgos. Cada lector cuidadoso debe sopesar los argumentos. No obstante, lo que sí es claro es que cualquiera que sea nuestra conclusión de lo que constituye la ocasión para la carta a los A los Hebreos, afectará no solamente nuestra interpretación del llamado a perseverar, sino que afectará también nuestro concepto acerca de la manera en que esta carta debe aplicarse a los creyentes en la actualidad. Una aplicación relevante y eficaz depende, en primera instancia, de la posibilidad de establecer vínculos razonables entre nuestras circunstancias y las de los destinatarios originales.

A pesar de algunos puntos de vista que sostienen lo contrario, las razones mayormente presentadas como ocasión para la carta a los A los Hebreos surgen mucho más naturalmente que la situación que sirve de trasfondo A los Colosenses. A qué se refiere exactamente la "herejía colosense" nunca ha encontrado acuerdo general. La respuesta, en cualquiera y todos los casos, es la exclusiva supremacía de Cristo, el único en quien la plenitud de la deidad habita en forma corporal (A los Colosenses 2:9 "Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad"), el único que es la imagen del Dios invisible, el único a través de cuya sangre, derramada en la cruz, Dios ha hecho la paz (A los Colosenses 1:15, 20 "y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz. Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos"). Estas grandes verdades son inamovibles no importa cuál haya sido la naturaleza de la herejía colosense. Indudablemente, entenderíamos un poco mejor la manera en que Pablo discute, si conociésemos con más certeza qué es lo que estaba confrontando, pero no obstante, las líneas principales de pensamiento en la carta son claras.

Lo más importante para tener en cuenta es que la naturaleza de las cartas exige que el intérprete se esfuerce por entender las circunstancias históricas que rodean la escritura de cada documento. Lo que no es permisible es hacer que una determinada interpretación dependa totalmente de una reconstrucción que de por sí sea el resultado de un conjunto de inferencias meramente posibles.

6. La naturaleza ocasional de las cartas hace, en algunos aspectos, difícil la tarea del intérprete. Los temas en que Pablo, por ejemplo puede hacer hincapié, están determinados en parte por aquellas situaciones a las cuales él está haciendo frente. En ese sentido, sus temas podrán no ser fiel reflejo de su teología tal cual él la predicaría en la plaza pública, o de la manera en que la desarrollaría en un libro destinado a sus colegas apóstoles. Esto no significa que sus cartas expresen algo que sea contrario a su teología; más bien, significa que, con la posible excepción de A los Romanos, en ningún lugar Pablo se dedica a dar una visión de conjunto de las estructuras de pensamiento teológico que ha adoptado como apóstol cristiano.

Quiere decir que mucho de lo que se ha escrito, respecto al "centro" de la teología paulina, no considera adecuadamente la naturaleza de sus escritos tal cual nos han llegado. No es posible determinar razonablemente la importancia relativa de la cruz y del Espíritu Santo en el pensamiento de Pablo, simplemente sumando la cantidad de veces que utiliza cada palabra. Pueden haber existido importantes razones pastorales para hablar más de un tema que del otro, aun cuando el otro pudiera ocupar un lugar más central en su pensamiento. Aún así, es necesario analizar todas las ocasiones en que aparecen, por ejemplo términos como "cruz", "crucificado", "muerte" y "sangre", para entender la función que esas referencias desempeñan en el pensamiento de Pablo.

Aun la noción del "centro" en el pensamiento de Pablo puede resultar engañosa. Exigiría de él una organización de su teología, con sucesivas subordinaciones a jerarquías, algo que a él bien podría haberle resultado extrañamente abstracto, y hasta repulsivo. De cualquier manera, "centro" no resulta un término preciso; necesita ser definido con más claridad. Lo que es posible argumentar es que la justificación es el "centro" del pensamiento de Pablo, en el sentido de que determina el momento de cambio en la relación de una persona para con Dios, y es, en consecuencia, el concepto fundamental del que dependen todas las otras bendiciones relacionadas con la salvación. Pero, "centro", podría definirse de manera ligeramente diferente, e insistirse en que la cruz, la cristología, o la gloria de Dios, u otra media docena de temas, son los centrales para Pablo.

7. Pero si la naturaleza ocasional de las cartas del Nuevo Testamento trae consigo problemas de interpretación, a otro nivel la tarea del creyente en Cristo es mucho más fácil de lo que de otro modo sería. Si los autores de las cartas hubiesen elegido, en cambio, escribir volúmenes teológicos, esto indudablemente sería gratificante para los cristianos intelectuales. Pero las cartas, tal cual las tenemos, no sólo estimulan el pensamiento y aumentan la comprensión, sino que enfocan a la totalidad de la vida. Las cartas abordan temas éticos, consideran actitudes pastorales, lo más profundo de las emociones humanas, la conciencia, la voluntad, la moral y la verdad. Encontramos tiernas expresiones de gratitud en A los Filipenses, un anhelo profundo y lleno de amor en 1ra. A los Tesalonicenses, una indignada reprobación mezclada con amor sufriente en A los Gálatas, un clamor apasionado en A los Hebreos, etc.

Esto es, sin duda, como debiera ser. Porque la Biblia, y no menos las cartas, fue dada no simplemente para informar a la mente, sino para transformar la vida. Estas cartas constituyen un medio divino, dado por pura gracia, de permitir que la presencia de Dios alcance a hombres y mujeres que, de otro modo, estarían perdidos y abandonados. Por lo tanto, el desafío de la interpretación nunca debe ser uno meramente intelectual. Debe ser una parte de nuestro llamamiento como creyentes en Cristo, como pecadores justificados, como discípulos que confiesan a Jesucristo como Señor.