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Demonios

I. En el Antiguo Testamento

En el AT hay referencias a demonios bajo los nombres de sŒaµ>éÆr ("sátiros", Lv. 17.7; 2 Cr. 11.15) y sûeµd_ (Dt. 32.17; Sal. 106.37). El primer vocablo significa ‘peludo’, y se refiere al demonio como sátiro. El segundo vocablo es de significado incierto, aunque evidentemente tiene conexión con una palabra as. similar. En tales pasajes prevalece el pensamiento de que las deidades que de tiempo en tiempo servía Israel no son verdaderos dioses, sino que en realidad son demonios (1 Co. 10.19s). Pero el tema no reviste gran interés en el AT, y los pasajes que se relacionan con él son pocos.



II. En los evangelios

Muy distinto es cuando examinamos los evangelios, pues allí hay muchas referencias a los demonios. La designación más común es daimonion, diminutivo de daimoµn, que se encuentra en Mt. 8.31, aunque aparentemente no hay diferencia de significado (los relatos paralelos utilizan daimonion). En los clásicos daimoµn se usa con frecuencia en sentido bueno, con referencia a algún dios, o al poder divino. Pero en el NT daimoµn y daimonion siempre se refieren a seres espirituales hostiles a Dios y a los hombres. Beelzebú (Baal-zebu) es su "príncipe" (Mr. 3.22), de manera que pueden considerarse agentes suyos. En esto radicaba la mordacidad de la acusación de que Jesús tenía un "demonio" (Jn. 7.20; 10.20). Aquellos que se oponían a su ministerio trataron de identificarlo con las fuerzas del mal, en lugar de reconocer su origen divino.

En los evangelios hay muchas referencias a personas poseídas por demonios, dando como resultado una variedad de efectos, tales como mudez (Lc. 11.14), epilepsia (Mr. 9.17s), la negativa a usar ropa, y el hacer su morada entre las tumbas (Lc. 8.27). A menudo se dice en la actualidad que estar poseído de demonios era simplemente el modo en que la gente del siglo I se refería a las condiciones que hoy describimos como enfemedad o locura. Sin embargo, los relatos que tenemos en los evangelios hacen una distinción entre enfermedad y posesión demoníaca. Por ejemplo, en Mt. 4.24 leemos de los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos (seleµniazomenous, que puede traducirse "lunáticos", "epilépticos") y paralíticos". Ninguna de estas clases parece ser idéntica a las restantes.

Tanto en el AT, como en Hechos y en las epístolas, son pocas las referencias que encontramos a personas poseídas por demonios. (El incidente de Hch. 19.13ss es una excepción.) Aparentemente se trataba de un fenómeno asociado especialmente con el ministerio terrenal de nuestro Señor. Seguramente debe interpretarse como una violenta oposición demoníaca a la obra de Jesús.

Los evangelios presentan a Jesús en permanente conflicto con los espíritus malos. No era cosa fácil echar a tales seres de los hombres. Los que se oponían a Jesús reconocían que lo podía hacer, y también que se requería un poder más que humano para hacerlo. Por esta razón atribuían su éxito a la presencia de Satanás en él (Lc. 11.15), exponiéndose así a que se les respondiera que proceder de ese modo no haría sino provocar la ruina del reino del maligno (Lc. 11.17s). El poder de Jesús era el del "Espíritu de Dios" (Mt. 12.28) o, como lo expresa Lucas, "si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios …" (Lc. 11.20).

La victoria que Jesús obtuvo sobre los demonios la compartió con sus seguidores. Cuando envió a sus doce discípulos "les dio poder y autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades" (Lc. 9.1). Más adelante, cuando los setenta volvieron de su misión pudieron informar diciendo, "Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre" (Lc. 10.17). Otros que no eran del círculo íntimo de los discípulos podían invocar su nombre para echar fuera los demonios, hecho que causó cierta perturbación a algunos de los integrantes de dicho círculo, pero no al Maestro (Mr. 9.38s).



III. Otras referencias en el Nuevo Testamento

Aparte de los evangelios hay pocas referencias a los demonios. En 1 Co. 10.20s Pablo se ocupa del culto a los ídolos, y considera que en realidad son demonios, cosa que también se ve en Ap. 9.20. Hay un interesante pasaje en Stg. 2.19, donde se afirma que "los demonios creen, y tiemblan". Nos recuerda ciertos pasajes en los evangelios en los que los demonios reconocieron en Jesús lo que en realidad era (Mr. 1.24; 3.11, etc.).

No parece haber ninguna razón a priori para rechazar de plano el concepto de la posesión demoníaca. Cuando los evangelios ofrecen suficientes pruebas de que en realidad hubo tal cosa, lo mejor es aceptar el hecho.





Espíritus Malos

La frase "espíritu(s) malo(s)" (poneµra) se encuentra sólo en 6 pasajes (Mateo, Lucas, Hechos). Hay 23 referencias a "espíritus inmundos" (akatharta) (en los evangelios, Hechos, Apocalipsis), y todos parecen ser casi iguales. Así en Lc. 11.24 "el espiritu inmundo" sale de un hombre, pero cuando regresa lo hace acompañado de "otros siete espíritus peores que él" (versículo 26). Del mismo modo, "espíritus inmundos" y "demonios" son términos intercambiables, porque ambos se aplican al endemoniado gadareno (Lc. 8.27, 29).

Parece que estos seres eran considerados en más de un sentido. Podían causar incapacidad física (Mr. 1.23; 7.25). Más todavía, en la mayoría de las ocasiones en que se mencionan en el NT es en tales casos. Parecería que no se los relacionaba con ninguna cuestión moral, porque la persona así atormentada no era excluida de los lugares de culto, tales como la sinagoga. Parece que la idea era que el espíritu era malo (inmundo) en el sentido de que producía efectos funestos. Pero a la víctima no se la consideraba como particularmente mala o corrupta en ningún sentido. Sin embargo, el espíritu mismo no debía ser considerado en forma neutral. En todas partes debía ser resistido y vencido. A veces leemos que Jesús procedió personalmente de esta manera (Mr. 5.8; Lc. 6.18), otras veces que tal poder era delegado a sus seguidores (Mt. 10.1), o que ellos mismos lo ejercían (Hch. 5.16; 8.7). Aparentemente los espíritus forman parte de las fuerzas satánicas, y en consecuencia se consideran enemigos de Dios y de los hombres.

En algunos casos es evidente que los espíritus están relacionados con el mal moral. Esto sucede en el caso del "espíritu inmundo" que sale del hombre y regresa con otros peores que él (Mt. 12.43–45). El relato indica la imposibilidad de que el hombre logre una reforma moral expulsando a los demonios de su interior. Debe también operararse la entrada del Espíritu de Dios. Pero para el propósito que nos interesa aquí es suficiente observar que los espíritus son malos y pueden ocasionar daño. Se considera también que los espíritus inmundos "a manera de ranas" de Ap. 16.13 obran el mal, por cuanto reúnen las fuerzas de iniquidad para la gran batalla final.

Pasajes como los mencionados indican que desde el punto de vista bíblico la maldad no es algo puramente impersonal. Es capitaneada por Satanás y, de la misma manera en que existen poderes subalternos al servicio del bien, los ángeles, así también hay poderes subalternos al servicio del mal. Su aparición está relacionada mayormente con la encarnación (con un resurgimiento en los últimos días) dado que se oponen a la obra de Cristo.