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Tentación

La idea bíblica de la tentación no es fundamentalmente la de seducción, como ocurre en el uso moderno, sino la de juzgar a una persona o ponerla a prueba; lo que puede hacerse con el caritativo propósito de probar o mejorar su carácter, como así también con el fin malicioso de poner al descubierto su debilidad, o sorprenderlo en una mala acción.

El sustantivo heb. es massaÆ ("tentación"), y los verbos heb. son maµsaÆ (generalmente "tentar") y baµh\an ("probar": metáfora tomada de la refinación de metales). La LXX y el NT utilizan como equivalentes el sustantivo peirasmos y los verbos (ek)peiruzoµ y dokimazoµ; este último corresponde, en significado, a baµh\an.

La idea de probar a una persona aparece en toda la Biblia en relación con diferentes nociones.

1. El hombre prueba a su prójimo de la misma manera en que prueba su armadura (1 R. 10.1; 1 S. 17.39: maµsaÆ en ambas ocasiones), para explorar y medir sus capacidades. Los evangelios nos hablan de que sus oponentes judíos, con resentido escepticismo, "tentaron" a Cristo ("lo probaron", podríamos decir) para ver si podían obligarlo a demostrar o tratar de probar su mesianismo en los propios términos de ellos (Mr. 8.11); para ver si su doctrina era defectuosa o poco ortodoxa (Lc. 10.25); y para ver si podían sorprenderlo en declaracioncs autoincriminatorias (Mr. 12.15).

2. El hombre debe probarse a sí mismo antes de participar de la Cena del Señor (1 Co. 11.28: dokimazoµ), y también en otras ocasiones (2 Co. 13.5: peirazoµ) para no hacerse presuntuoso y engañarse en cuanto a su condición espiritual. El cristiano debe probar sus "obras" (lo que hace con su vida) para no desviarse y perder su recompensa (Gá. 6.4). El conocimiento sobrio de uno mismo, emanado de un disciplinado autoescrutinio es un elemento básico de la piedad bíblica.

3. El hombre prueba a Dios cuando su comportamiento constituye en realidad un abierto desafío a demostrar la verdad de sus palabras y la bondad y justicia de sus caminos (Ex. 17.2; Nm. 14.22; Sal. 78.18, 41, 56; 95.9; 106.14; Mal. 3.15; Hch. 5.9; 15.10). El topónimo Masah es un permanente memorial de una de esas tentaciones (Ex. 17.7; Dt. 6.16). Incitar de esta manera a Dios constituye una extrema irreverencia, y Dios mismo lo prohibe (Dt. 6.16; cf. Mt. 4.7; 1 Co. 10.9ss). En todas las tribulaciones el pueblo de Dios debe esperar en él con calma y paciencia, y confiando en que a su debido tiempo él satisfará su necesidad según su promesa (Sal. 27.7–14; 37.7; 40; 130.5ss; Lm. 3.25ss; Fil. 4.19).

4. Dios prueba al hombre colocándolo en situaciones que revelan la calidad de su fe y devoción, de modo que todos puedan ver lo que hay en su corazón (Gn. 22.1; Ex. 16.4; 20.20; Dt. 8.2, 16; 13.3; Jue. 2.22; 2 Cr. 32.31). Al someterlos a prueba de esta manera los purifica, como se purifica el metal en el crisol del refinador (Sal. 66.10; Is. 48.10; Zac. 13.9; 1 P. 1.6s; Sal. 119.67, 71); fortalece su paciencia y madura su carácter cristiano (Stg. 1.2ss, 12; cf. 1 P. 5.10); y les hace tener mayor seguridad en el amor de Dios (Gn. 22.15ss; Ro. 5.3ss). Por su fidelidad en épocas de prueba, el hombre llega a ser dokimoi, "aprobado", a la vista de Dios (Stg. 1.12; 1 Co. 11.19).

5. Satanás prueba al pueblo de Dios manipulando las circunstancias dentro de los límites que Dios le permite (Job 1.12; 2.6; 1 Co. 10.13), a fin de tratar de que se desvíen de la voluntad de Dios. El NT lo conoce como "el tentador" (ho peirazoµn, Mt. 4.3; 1 Ts. 3.5), el implacable enemigo de Dios y los hombres (1 P. 5.8; Ap. 12). El cristiano debe estar constantemente en guardia (Mr. 14.38; Gá. 6.1; 2 Co. 2.11) y activo (Ef. 6.10ss; Stg. 4.7; 1 P. 5.9) contra el diablo, porque trata constantemente de hacerlo caer, ya sea abrumándolo con el peso de la tribulación o el dolor (Job 1.11–2.7; 1 P. 5.9; Ap. 2.10; cf. 3.10; He. 2.18), o estimulándolo para que satisfaga en forma equivocada sus deseos naturales (Mt. 4.3s; 1 Co. 7.3), o tornándolo complaciente, descuidado o demasiado consciente de sus derechos (Gá. 6.1; Ef. 4.27), o proponiéndose una falsa representación de Dios y engendrando falsas ideas acerca de su verdad y su voluntad (Gn. 3.1–5; 2 Co. 11.3; Mt. 4.5ss; 2 Co. 11.14; Ef. 6.11). Mt. 4.5s nos demuestra que Satanás puede, incluso, citar (y aplicar mal) la Escritura con este propósito. Pero Dios promete que siempre estara disponible un camino de liberación cuando permite que Satanás tiente al cristiano (1 Co. 10.13; 2 P. 2.9; 2 Co. 12.7–10).

La filosofía neotestamentaria de la tentación se alcanza combinando estas dos líneas de pensamiento. Las "pruebas" (Lc. 22.28; Hch. 20.19; Stg. 1.2; 1 P. 1.6; 2 P. 2.9) son tanto obra de Dios como del diablo. Se trata de situaciones de prueba en las que el siervo de Dios se ve frente a nuevas posibilidades de bien y de mal, y está expuesto a un número de estímulos para elegir este último. Desde este punto de vista las tentaciones son obra de Satanás; pero Satanás es también instrumento de Dios, a la vez que su enemipo (Job 1.11s; 2.5s), y es Dios mismo en última instancia quien pone a sus siervos en el camino de la tentación (Mt. 4.1; 6.13), permitiendo que Satanás trate de seducirlos para lograr objetivos benéficos propios. Sin embargo, aunque el hombre no se ve expuesto a tentaciones aparte de la voluntad de Dios, el estímulo a hacer el mal no proviene de Dios ni expresa su mandato (Stg. 1.12s). El deseo que empuja hacia el pecado no es de Dios, sino del hombre, y es fatal sucumbir a él (Stg. 1.14ss). Cristo enseñó a sus discípulos que debían pedir a Dios que no los expusiera a la tentación (Mt. 6.13), y a velar y orar para "no caer" en tentación (o sea ceder ante su presión) toda vez que Dios decida probarlos por medio de ella (Mt. 26.41).

La tentación no es pecado, porque Cristo fue tentado en la misma forma en que lo somos nosotros, y sin embargo se mantuvo sin pecado (He. 4.15; Mt. 4.1ss; Lc. 22.28). La tentación se convierte en pecado solamente cuando se acepta la sugerencia de pecado y se cae en él.