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Sexualidad

Don de Dios (Gn 1.27; 2.18–25) que participa de la bondad y perfección de todo cuanto el Señor creó originalmente (Gn 1.27 Gn 1.31).

El israelita aceptaba la naturalidad y la legitimidad de la sexualidad con tal franqueza que no tenía reparo en hablar de ella abiertamente, sin eufemismos y mencionando cada cosa por su nombre (Gn 9.22s; Éx 20.26; 28.42; Lv 18.6; Dt 25.11; Is 3.17; Hab 2.15; para las partes genitales y Gn 18.11; 31.35; Lv 15.19–24; 18.19; 20.18, para la menstruación: «la costumbre de las mujeres»).

La sexualidad se tenía en alta estima en Israel por dos razones:

1. Por el empleo que la Escritura hace del Matrimonio como símbolo del trato espiritual de Dios (Esposo) y su pueblo Israel (esposa) (Is 54.5s y sobre todo Os 1–3).
2. Por la estrecha colaboración con Dios que implica el que haya señalado la sexualidad para la propagación de la vida (Gn 3.16, 20; 4.1; Os 4.10).

La imagen de la Iglesia como «esposa» y de Cristo como «esposo» en el Nuevo Testamento (Ef 5.22–32; Ap 19.7; 21.2, 9; 22.17) sigue la línea del Antiguo Testamento, confirmándola. Asimismo, el Nuevo Testamento reconoce la excelencia de la sexualidad (1 Co 7.3 y siguientes; 1 Ts 4.4 y 1 Ti 5.14), su naturaleza y los deberes que entraña.

La literatura sapiencial alaba el recto uso de la sexualidad en el matrimonio y exalta sus ventajas. El lenguaje inspirado suele ser claramente erótico en estos textos (Pr 5.18–20; Cnt 4.5, 12, 15; 6.4; 7). De igual sentir son los profetas (Ez 24.16, en donde la mujer del profeta constituía «el deleite de sus ojos»; Mal 2.15), que en esto siguen el ejemplo patriarcal (Gn 26.8). La Biblia, pues, no condena lo erótico sino las perversiones a que puede ser arrastrada la sexualidad como consecuencia del pecado.

Dios mismo se encarga de proteger la sexualidad al limitar el ámbito donde puede hallar su cauce legítimo: el matrimonio. Así el Antiguo Testamento condena severamente:

1. El Adulterio (Gn 38.24; Dt 22.21–24; Lv 18.6–18).
2. La Prostitución (Dt 23.17s; Pr 5).
3. La Sodomía (Dt 23.17; 1 R 15.12).
4. La bestialidad (Éx 22.19; Lv 18.23; Dt 27.21).

El Nuevo Testamento interioriza este concepto y condena la Concupiscencia, el deseo desordenado o salido de cauce legítimo (Mt 5.28; Ro 1.24–32; 1 Co 6.13–20; Ga 5.19; 1 Jn 2.16–17).

En resumen, la Biblia alaba el recto uso de la sexualidad, pero condena la pretensión de relaciones sexuales en condiciones pecaminosas que rebajan, degradan y esclavizan (Pr 5.9; 6.26; 23.27s; 29.3) al consumir energías tanto síquicas y espirituales como físicas que Dios ha confiado al hombre para alcanzar su plenitud humana. (Cantares, en especial.)