Este término se refiere a la provisión que se hizo con respecto a la tierra. En Lv. 25.2 se lee: wƒsûaµb_ƒt_aÆh aµaµres\ sûaabbaµt_, "la tierra guardará reposo". También se lo llama "descanso solemnísimo", "año de reposo" (Lv. 25.4–5). La tierra quedaba un año sin labrar después de seis años de siembra y siega. Lo que crecía en la tierra sin cultivar era para los pobres, y lo que quedaba para las bestias (Ex. 23.11; Dt. 15.2–18). A fin de calmar los temores de los israelitas de que pudieran pasar privaciones, el Señor les aseguró que el sexto año les proveería lo necesario para tres años (Lv. 25.20s). Este año de reposo se observó en Israel desde la época en que fue instituido (Neh. 10.31; 1 Mac. 6.49, 53; cf. Jos., Ant. 12. 378; 14. 206). Lv. 26.34–43; 2 Cr. 36.21 y Jer. 34.14–22 se refieren a la ira de Dios a causa de la violación de esta disposición.
Cada cincuenta años los años sabáticos llegaban a un punto culminante. Se trataba del jubileo (heb. yoÆbeµl, ‘carnero’, de donde se derivó "bocina" [cuerno de carnero], por medio del cual se anunciaba el año sabático). Se hacían cumplir las sanciones del año sabático. Además, la propiedad volvía a sus propietarios originales, se perdonaban las deudas, y se liberaba a los hebreos que se hubieran convertido en esclavos por deudas. Era una época de acción de gracias, y ocasión para ejercitar la fe de que Dios proveería alimentos (Lv. 25.8).
La importancia del descanso para la tierra cada siete años no radica simplemente en los principios de la química del suelo. Ni tampoco sigue el modelo cananeo de un ciclo de siete años sin cosecha seguido por siete años de abundancia. En el texto se deja la tierra sin labrar por un año. La razón se encuentra en la declaración de que el séptimo año de reposo es un descanso tanto para la tierra como para el Señor (Lv. 25.2, 4). Evidentemente hay aquí una relación con la institución del sábado o día de reposo que se basa en la actividad creadora de Dios. Podemos ver otros elementos relacionados con esta declaración, a saber, que el hombre no es el único dueño de la tierra y que no tiene la posesión a perpetuidad, sino que la administra para Dios (Lv. 25.23). El israelita también debía recordar que nada tenía por derecho inherente, porque había sido esclavo en Egipto (Dt. 15.15). La generosidad estaba motivada en la gratitud.