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Ofrenda

La Ofrenda organizada por Pablo en sus iglesias gentiles

La colecta (griego logeia) organizada por Pablo en sus iglesias gentiles para aliviar la pobreza de la iglesia de Jerusalén. En los dos años que precedieron su última visita a Jerusalén (57 d.C.) le preocupaba cada vez más; en verdad, sería difícil exagerar el papel importante que este asunto representaba en su estrategia apostólica.



I. Trasfondo

En la conferencia celebrada en Jerusalén (46 d.C.) durante la cual se acordó que él y Bernabé continuarían con la prosecución de la obra de evangelización entre los gentiles, mientras que los dirigentes de la iglesia de Jerusalén se dedicarían a la misión entre los judíos (Gá. 2:1–10), dichos dirigentes en Jerusalén agregaron un pedido especial de que Bernabé y Pablo siguieran teniendo presentes a "los pobres", pedido que se puede apreciar mejor si se tiene en cuenta el socorro que la iglesia de Antioquía había enviado para los creyentes de Jerusalén por mano de Bernabé y Pablo en vista del hambre reinante en aquellos tiempos (Hch. 11.30). Al informar sobre este pedido, Pablo agrega que se trataba de un asunto que merecía atención muy especial de parte de él mismo. Siempre lo tuvo presente durante sus actividades evangelísticas en las provincias al oriente y occidente del Egeo, y en los últimos años de ese período se dedicó con toda energía a la organización de un fondo de socorro para Jerusalén en las iglesias de Galacia, Asia, Macedonia, y Acaya.



II. Evidencias basadas en la correspondencia con Corinto

Las primeras noticias que tenemos de este fondo provienen de las instrucciones impartidas a los cristianos de Corinto (1 Co. 16.1–4); se les había informado acerca de él y deseaban saber más. De lo que él les dice entendemos que ya había dado instrucciones similares a las iglesias de Galacia, evidentemente a fines del verano del año 52 d.C., cuando recorrió "la región de Galacia y de Frigia" al dirigirse desde Judea y Siria a Éfeso (Hch. 18:22s). Gracias a la correspondencia de Pablo con los creyentes de Corinto se conocen más detalles acerca de la organización del fondo en Corinto que en las demás iglesias que contribuyeron.

Si las instrucciones de Pablo a sus convertidos en Corinto hubiesen sido cumplidas, cada dueño de casa entre ellos habría apartado una proporción de sus ingresos, semana tras semana, durante unos doce meses, de manera que la contribución de la iglesia estaría lista para ser llevada a Jerusalén en la primavera del año siguiente por los delegados nombrados por la iglesia para ese propósito. La tensión que pronto después se produjo entre muchos de los cristianos de Corinto y Pablo quizás haya causado un decaimiento de su entusiasmo por esta buena causa. En la carta que Pablo les escribió posteriormente sobre el tema (al producirse la reconciliación resultante de la enérgica carta que les escribió y les envió por manos de Tito) expresó su suposición de que seguían apartando dinero sistemáticamente para el fondo desde el momento que recibieron sus instrucciones, y les contó que esgrimía la buena disposición de ellos como ejemplo para las iglesias de Macedonia. Pero cuando uno lee entre líneas, es evidente que tenía sus dudas personales a este respecto; de ahí que mandó a Tito de nuevo a Corinto, con dos acompañantes, para ayudar a la iglesia a completar la labor de reunir su contribución (2 Co. 8.16–24). Algunos de los miembros de la iglesia probablemente sintieron que esto constituía una forma sutil de imponer sobre ellos una presión irresistible: era "astuto", decían, y que se les había impuesto mediante "engaño" (2 Co. 12.16).

En el momento que Pablo envió a Tito y sus compañeros a Corinto para ocuparse de este asunto, Pablo mismo estaba en Macedonia, ayudando a las iglesias de esa provincia a completar su parte de las contribuciones. Esas iglesias habían estado pasando por un período de dificultades no especificadas, lo que motivó que estuviesen viviendo a un nivel de mera subsistencia, o aun menos; y Pablo sentía que no correspondía solicitar de ellas una contribución para otros cristianos que no estaban en peores condiciones que ellos mismos. Sin embargo, insistieron en su deseo de contribuir, y Pablo se sintió muy conmovido por esta prueba de gracia divina en sus vidas (2 Co. 8.1–5). Les rinde un caluroso tributo cuando escribe a los corintios a fin de animar a estos últimos a dar tan generosamente de su relativa abundancia como dieron los macedonios de su pobreza.



III. Evidencias basadas en la correspondencia con Roma

Pablo se refiere una vez más a este fondo de socorro en las cartas que conocemos, y esta referencia es de especial interés informativo, porque aparece en una carta a una iglesia que no fue fundada por él y que, por lo tanto, no había participado del proyecto, y ni siquiera había tenido conocimiento previo del asunto. Escribiendo a los cristianos en Roma para anunciarles su próxima visita a esa ciudad, de paso para España, les informa que el asunto de este fondo de socorro debe finiquitarse antes que él pueda emprender el viaje hacia occidente (Ro. 15.25–28). Por esta referencia descubrimos algo más respecto a los motivos que promovieron la idea de la colecta. El fortalecimiento de la comunión entre la iglesia en Jerusalén y la misión a los gentiles fue una de las mayores preocupaciones de Pablo, y su organización del fondo de socorro estaba en gran medida destinada a lograr esta finalidad. El sabía que muchos miembros de la iglesia de Jerusalén miraban con gran sospecha la orientación independiente asumida por su misión entre los gentiles: tanto es así que su campo misionero fue repetidamente invadido por hombres de Judea que procuraron de una y otra manera socavar su autoridad, para imponer la autoridad de Jerusalén. Pero cuando Pablo los denunció se cuidó de no dar la impresión de que estaba criticando a la iglesia de Jerusalén o a sus dirigentes. Por otra parte, muchos de sus convertidos gentiles no tolerarían la idea de que ellos fuesen en alguna manera deudores de la iglesia de Jerusalén. Pablo deseaba ardientemente que ellos reconocieran la importante deuda que tenían para con la iglesia de Jerusalén. El mismo nunca había sido miembro de la iglesia de Jerusalén, y negó enfáticamente que hubiese recibido su evangelio o comisión de dicha iglesia, como iglesia madre del pueblo de Dios, ocupaba un lugar único en el orden cristiano. Si él mismo fuese privado de la comunión con la iglesia de Jerusalén toda su actividad apostólica, pensaba él, sería inútil.

¿Qué modo más eficaz de contrarestar las sospechas existentes en la iglesia de Jerusalén acerca de Pablo y su misión entre los gentiles, que la manifiesta evidencia de la bendición de Dios sobre esa misión con la cual Pablo había resuelto enfrentar a los creyentes de Jerusalén, sino con representantes vivientes de esas iglesias, delegados por ellas para hacer llegar sus contribuciones? Escribiendo a sus amigos en Corinto Pablo les ofrece la perspectiva de sus hermanos en Cristo en Jerusalén sean impulsados a sentir hacia ellos un profundo sentimiento de afecto hermanable "a causa de la superabundante gracia de Dios en vosotros" (2 Co. 9.14). Sin embargo, no había absoluta seguridad de que todas las sospechas serían en realidad eliminadas—Pablo pide a los cristianos en Roma que se unan a él en sus oraciones para que "la ofrenda de su servicio a los santos en Jerusalén sea acepta" allí (Ro. 15.31)—pero si esto no daba resultado, la cuestión no tenía solución.

Pablo quizás haya considerado que esta aparición de los creyentes gentiles en Jerusalén con sus donativos por lo menos como señal del cumplimiento de aquellas profecías hebreas que hablaban de "las riquezas de las naciones" que llegarían a Jerusalén, y de los hermanos de sus cuidadanos (los de Jerusalén) que serían traídos "de entre todas las naciones, por ofrenda a Jehová" a su "santo monte" (Is. 60.5; 66.20). Pero si Pablo tenía presentes aquellas profecías, quizás los dirigentes de Jerusalén también las tenían presentes, y sacaban conclusiones diferentes de ellas. En el contexto original, las riquezas de las naciones constituyen un tributo que los gentiles llevan a Jerusalén como reconocimiento de su supremacía. A los ojos de Pablo los aportes de sus conversos para el fondo de socorro a Jerusalén constituían una ofrenda voluntaria, expresión de gracia y gratitud cristianas, pero es concebible que los receptores de dicha ofrenda la considerasen más bien como un tributo que correspondía que los súbditos gentiles rindiesen al Hijo de David.

Aun los "rebeldes que están en Judea", de los cuales Pablo anticipaba alguna oposición (Ro. 15.31), podrían, sin embargo, recibir el impacto del testimonio visible de tantos creyentes representativos en medio de ellos, llegados de tierras gentiles. Sabemos que justamente en el momento en que Pablo estaba alistándose para navegar a Judea juntamente con los convertidos y sus donativos, estaba meditando acerca de la relación, en el programa divino, entre su misión a los gentiles y la salvación final de Israel: este es, también, un tema sobre el cual se explaya en la Epístola a los Romanos. En esta carta, más aún ubica la colecta para Jerusalén, con el problema de Jerusalén misma, en el contexto, que, a su juicio, realmente les corresponde el contexto del propósito salvífico de Dios para toda la humanidad.

Reticencia del libro de Hechos

Entre los delegados de las iglesias contribuyentes probablemente se contaban todos aquellos compañeros de viaje de Pablo que se mencionan en Hch. 20.4, que iban de Corinto o Filipos a Judea: Sópater de Berea, Aristarco y Segundo de Tesalónica, Gayo de Derbe y Timoteo (originalmente de Listra), y Tíquico y Trófimo de la provincia de Asia (este último un cristiano gentil de Éfeso, según indicha Hch. 21.29. No sería prudente atribuir gran importancia a la ausencia de un nombre corinto en la lista de Lucas. La lista quizás no sea exhaustiva; puede haberse limitado a aquellos que habían viajado a Corinto desde otros lugares para unirse a Pablo. Pablo había pasado varias semanas con Gayo, su anfitrión, y otros amigos corintios; además, acababa de informar a los cristianos en Roma con qué espíritu Macedonia y Acaya habían resuelto contribuir al fondo para socorrer a Jerusalén. Para Pablo, Acaya representaba a Corinto y los lugares circunvencinos, y no hay la menor insinuación en su Carta a los Romanos de que "Acaya" no hubiese llevado a cabo lo que había resuelto hacer. Debemos en realidad, considerar la posibilidad de que (a pesar de algunas protestas acerca de la "astucia" de Pablo al enviar a Tito para ayudar en la organización de su colaboración) la iglesia de Corinto pidió a Tito que llevase su donativo a Jerusalén; si así fue, la omisión aquí del nombre de Tito concuerda en un todo con su omisión a través de toda la narración de Hechos. No se menciona ningún delegado de la iglesia de Filipos; es posible que el mismo escritor de la narración haya servido en tal capacidad.

Cuando Pablo y los que lo acompañaban llegaron a Jerusalén, fueron recibidos por Jacobo y los otros ancianos de la iglesia madre, quienes les dieron la bienvenida y presumiblemente aceptaron agradecidos las dádivas que habían traído. El adverbio aclaratorio "presumiblemente" es necesario porque el relato de Hechos guarda absoluto silencio respecto a la colecta, excepto donde Pablo dice, en su defensa ante Félix, que había venido de Jerusalén "a hacer limosnas a mi nación y presentar ofrendas" (Hch. 24.17).

El silencio casi total de Lucas en cuanto a este asunto puede haber respondido a motivos apologéticos. Aparte de su instancia en que no existía ninguna prueba que abandonara el alegato de que había violado la santidad del templo, el contenido de la defensa de Pablo ante Félix hubiera sido más pertinente en relación con su posterior presentación ante el tribunal del emperador en Roma que con su presentación ante el procurador de Judea, y esto bien podría ser el caso respecto a su referencia a "limosnas y ofrendas". Si ya no se puede continuar sosteniendo que Hechos fue escrito para asesorar al letrado para la defensa de Pablo ante el César, o para servir como documento en la causa, queda la posibilidad de que algún material de esta naturalea fue utilizado por Lucas como fuente. La acusación, explícita o implícita, de que Pablo había encausado a fines sectarios dinero que debió haberse destinado al mantenimiento del templo o para aliviar a los que Judea en conjunto, así como la acusación de que como "cabecilla de los nazarenos", estaba fomentando la subversión en las comunidades judías en el mundo romano, habría sido más apropiada para un juicio ante el César que para una causa que se ventilaba dentro de la jurisdicción de Félix. La tergiversación del carácter y propósito de la colecta probablemente se incluyó en la denuncia preparada por los acusadores de Pablo para cuando su apelación a César culminara en una audiencia; si así fuese, se explicaría la reticencia de Lucas.